Irreverencia en la discusión y lealtad en la acción, aún hay
tiempo
Por Martín Guédez
La
historia de la izquierda venezolana está signada por el síndrome del chiripero,
la indisciplina y el absurdo del elefante y el sabio ciego. Cada quién se supone
dueño de la verdad última y lo que es peor, con una insufrible levedad de lengua
se apela a los descalificativos más peyorativos y degradantes contra aquél o
aquellos que no captan su abrumadora “verdad” Veamos:
Como es
humanamente comprensible algunos liderazgos regionales consideran inaceptable la
decisión del manager del equipo o el timonel de barco revolucionario en cuanto
al representante o la representante de la Revolución para el proceso electoral
del próximo 16-D. Con razones y argumentos seguramente debatibles con lealtad
ellos han tomado decisiones distintas. Creo que el árbol les impide ver el
bosque. El capitalismo, nuestro verdadero enemigo, se aprovecha de todas las
circunstancias posibles para fragmentar y dividir porque allí está su fuerza.
Los muy pocos no podrían dominar por siglos a los muchos sino fragmentando,
dividiendo e individualizando a los muchos hasta lograr que empeñados en ver
sólo sus “arbolitos” se olviden del “bosque”, algo que en virtud de nuestras
debilidades ideológicas han logrado con éxito indudable a todo lo largo de la
historia.
Peor
aún es apelar a la rápida descalificación para quien se atreve a poner en duda
“nuestra verdad” o incluso a quien se atreva a debatirla. Con irresponsable
soltura de lengua unos son calificados de traidores, infiltrados e incluso
“fichas de la CIA” en tanto otros lo son de tarifados, adulantes e incluso
“verdaderos quinta columnas” ¡Válganos Dios! Desaparece como por encanto
–desgraciado encanto- la quinta esencia del debate revolucionario. El debate de
las ideas, la persuasión en la discusión y la argumentación teórica dando paso a
la descalificación y la intransigencia que abre las puertas al enemigo principal
para que este siembre la cizaña que le permita dividir y confundir al pueblo
alcanzando así victorias reaccionarias sobre espacios que deberían ser
revolucionarios.
El
enemigo no es poca cosa. Cuidado con subestimarlo. Ahí está la historia como un profeta que mira hacia atrás para
darnos dolorosas lecciones. Es el mismo enemigo que con sus manipulaciones y
confusiones llevó al carpintero de Nazaret a la soledad del Gólgota o al mágico
adelantado, nuestro Simón Bolívar al “he arado en el mar” de San Pedro
Alejandrino. Subestimarlo es suicida. Vamos a amarrar los locos donde los haya y
debatir con lealtad. Veamos camaradas:
El
líder de la Revolución merece más que respeto plena confianza en sus decisiones.
Desde que apareció en el horizonte revolucionario aquel 4-F ha tomado, una tras
otra, decisiones plenas de lealtad que han traído la nave revolucionaria de la
historia hasta cotas insospechadas y admirables hace apenas 20 años. Los
aciertos han sido contundentes e innumerables ¿hay quien pueda poner eso en
duda?, ¿Qué se ha equivocado alguna vez? ¡Claro que sí! Estamos frente a un
extraordinario ser humano pero ser humano y los humanos se equivocan. Ahora,
sembrar dudas sobre la claridad y contundencia de las decisiones del capitán del
barco es llevarlo al naufragio.
Por
otro lado descalificar con gravísimos epítetos a quienes han sido compañeros de
luchas por años, sin apelar a la discusión y la persuasión es un despropósito
imperdonable que sólo nos causaría dolorosos desprendimientos abriendo un hueco
en la línea de flotación del barco y colocar la Revolución toepemente en las
fauces del lobo. Tenemos que convertir la consigna de “Sin Socialismo no hay
Chávez y sin Chávez no hay Socialismo” en una premisa de valor absoluto. Porque
la Revolución necesita del líder como los humanos necesitamos de oxígeno. De
modo que la primera urgencia pasa por esa reflexión sincera y leal, todo lo
demás es más que una necedad un crimen. Cualquier decisión que afecte esta
necesaria confianza en el líder simplemente destruye y obstaculiza haciendo el
juego al enemigo principal.
Es
tiempo de anteponer los objetivos sagrados de la Revolución a los nuestros aún
si estos nos parecen legítimos. Es tiempo, hoy más que nunca, de llevar hasta
nuestro pueblo la seguridad de la savia revolucionaria desde la unidad más allá
de cualquier deformación que tendencias reformistas o anarquizadas estén
sembrando en el corazón del pueblo. Es tiempo de avivar y remozar la fe del
pueblo en la Revolución Socialista y su líder. Es tiempo de no contribuir a las
manipulaciones del enemigo de clase.
Quiero
referirme así sea en términos muy elementales al caso de un Estado que por
infinitas razones me duele: Mérida. Allí camaradas del Partido Comunista de
Venezuela, Redes y Tupamaros han decidido que no se “calan” la decisión del
Comandante en su decisión del candidato por la Revolución a la Gobernación la
cual –como sabemos- recayó en Alexis Ramírez. Se han esgrimido toda clase de
argumentos para rechazar esta designación. Quizás podríamos compartir algunos de
ellos ¡Cómo no! Nadie es monedita de oro. Al tiempo de este rechazo al candidato
Ramírez este grupo de camaradas, respetados y necesarios (aquí no sobra nadie)
optan por fracturar las fuerzas revolucionarias –vale decir por servir en
bandeja de plata el Estado Mérida al fascismo- respaldando la candidatura de
Florencio Porras. Porque que nadie tenga la menor duda (Épale Freddy, Peralta,
Barreto!) esta división entrega el Estado a las huestes de la derecha más
extrema y el Opus Dei. No entraremos –como no lo hacemos con Alexis Ramírez- a
destacar virtudes o apelar a descalificaciones en Porras, que las hay. Sólo haremos una pregunta básica, central
e ineludible desde la lealtad revolucionaria. ¿Cuáles son los irrefutables
méritos revolucionarios –hablamos desde la trayectoria, teoría y la praxis- que posee Florencio
Porras cuyo peso es tal que camaradas del PCV, Redes y Tupamaros prefieren herir
de muerte el éxito del 16-D antes que privar a la Revolución de su candidatura?
¿Cuáles son los terribles defectos –desde la trayectoria, la teoría y la praxis
revolucionaria- que “adornan” a Ramírez de tal magnitud que se prefiere entregar
el Estado antes que ponerlo en sus manos? O al revés, como lo quieran.
¡Hay
que abrir esta reflexión ya! No hay tiempo y lo que está en juego es demasiado.
Que intereses subalternos no nos dividan. Que el capitalismo no nos fragmente
una vez más.
¡Unidad
debe ser nuestra divisa!
¡VENCEREMOS!