El PRO, partido liderado por el empresario
Mauricio Macri, que aglutina lo más rancio del viejo videlismo (referencia a la
dictadura militar del general Videla) junto con todo lo “nuevo” del empresariado
capitalista que supo promover el neoliberalismo de los últimos 20 años, se juega
abiertamente a voltear a Chávez.
¿Hacen mal? No! Hacen muy bien. De forma
transparente admiten públicamente que en Venezuela se juega una batalla
internacional. La derecha es nítida, definida y no se confunde. La izquierda del
continente debería hacer exactamente lo mismo en un sentido opuesto. No perder
el rumbo ni paralizarse ante lo borroso de la letra chica o confundirse con las
limitaciones del proceso bolivariano. La disyuntiva es clara y no es válido
mirar para el costado. Hay que apoyar a Chávez y el proceso bolivariano
profundizando las transformaciones en dirección al socialismo.
Pero la urgencia de las elecciones de octubre y
la necesidad imperiosa de la victoria electoral no deben confundirnos. El
combate en Venezuela no es sólo electoral. El imperialismo estadounidense (bajo
el disfraz sonriente y “multicultural” del presidente Obama, igual de
guerrerista que los anteriores mandatarios yanquis), la gran burguesía
venezolana y sus socios políticos están desplegando un plan
extra-electoral destinado a sabotear el proceso y/o desconocer los
resultados. Planean desestabilizar hasta lograr los mismos objetivos
intervensionistas que en Libia o en Siria. Por ello mismo, la solidaridad con la
revolución bolivariana debe expresarse en todos los escenarios de lucha hasta
garantizar la derrota definitiva de esos esfuerzos sediciosos y la
profundización y extensión definitiva del tránsito hacia el socialismo.
Los dilemas de octubre se inscriben
en un condensado nudo geopolítico. El imperialismo y sus burguesías serviles
quieren barrer completamente del mapa la insolencia de un militar
latinoamericano, mestizo y bolivariano, antimperialista y admirador del Che
Guevara, que los desobedece y los desafía desde hace dos décadas. Necesitan
imperiosamente recuperar la renta petrolera y “ordenar” el norte de Sudamérica,
desplazando a Chávez, neutralizando y desarmando de una buena vez a las FARC-EP
y regando el continente de nuevas bases militares que garanticen su monopolio
sobre los recursos naturales. Frente a esa ofensiva imperial, la geopolítica
bolivariana no debería quedar satisfecha con el UNASUR y la unidad institucional
de los estados. A largo plazo, lo que definirá la pulseada será la unidad de los
pueblos (incluyendo a sus expresiones sociales e insurgentes), no sólo los
pactos entre los estados. Los apretones de mano con Santos, presidente corrupto
y asesino, no frenarán el paramilitarismo y el lumpenaje de la burguesía
colombiana ni garantizarán una estabilidad duradera en la región mientras las
fuerzas armadas colombianas sigan manteniendo medio millón de soldados criollos
—dirigidos en vivo y en directo por generales yanquis y asesores israelíes— que
amenazan con invadir Venezuela si se profundiza el camino al socialismo. Que
siga existiendo el bolivarianismo de las FARC-EP como punta de lanza del
movimiento popular colombiano es la mejor garantía para que Venezuela no sea
invadida por Estados Unidos a través del vecino ejército colombiano.
La unidad continental de los
pueblos es la clave del triunfo bolivariano a escala internacional (ninguna
revolución puede triunfar aislada, en un solo país). En lo nacional, en cambio,
la lucha de clases se expresa en todos los terrenos, no sólo en lo electoral
(sin duda el más visible). La segura victoria de Chávez en octubre no debe
hacernos olvidar que al interior del proceso bolivariano también hay conflicto.
Un segmento que apoya al líder histórico de la revolución bolivariana, aun
manteniendo la retórica oficial, hace todo lo que puede (y más) para retardar o
esquivar la opción socialista. Día a día pretende “inventar” seudo alternativas,
siempre calificadas como “populares”, “autogestionarias” y “bolivarianas” para
no profundizar el camino al socialismo. Como si se pudiera marchar al socialismo
siendo amigo de todo el mundo y socializando sólo los márgenes de la sociedad
(aquellos que no molestan al mercado ni interesan a las grandes empresas porque
no son rentables). Como si se pudiera construir la transición al socialismo sin
confrontar con los millonarios de la burguesía y el empresariado.
Uno de los grandes desafíos del
presidente Chávez y de todo el proceso bolivariano, posterior al seguro triunfo
electoral de octubre, consiste en apoyarse en la organización política de las
clases populares, explotadas y sulbalternas (su principal y más leal fuerza de
lucha) e ir encontrando formas concretas de gestión de la propiedad estatal o
nacionalizada que debiliten socialmente el enemigo escuálido y sienten las
primeras bases económicas de la transición socialista. Hay que golpear y
debilitar a los escuálidos no sólo en la retórica, en la comunicación, en las
urnas y en la sensibilidad cultural (algo fundamental e imprescindible) sino
también en las columnas vertebrales del mercado capitalista de la economía
venezolana. Para vencer al tigre hay que animarse a ponerle sal en la cola. O se
enfrenta a la burguesía debilitándola socialmente o la burguesía terminará por
devorarse al proceso bolivariano como le ocurrió a la revolución sandinista en
1990. No se puede “civilizar a la burguesía” (expresión poco feliz de Tomás
Borge en 1986). ¡Hay que enfrentarla y derrotarla!
Chávez lo puede hacer. Le sobra
energía, proyecto, valentía y decisión política. Incluso puso en riesgo su
propia vida (recordemos el golpe de estado y la digna actitud que entonces
asumió, tan distinta de la pusilanimidad y la cobardía de la mayor parte de la
elite política de América Latina). Su decisión personal no es lo único que aquí
juega. La revolución bolivariana se apoya en muchos logros que van más allá del
liderazgo carismático de un individuo:
* Internacionalizó la disputa
política y cultural al punto de involucrar a todo un continente en cada una de
las peleas sociales internas de Venezuela.
* Politizó completamente a la sociedad: hasta el
más indiferente o distraído hoy debe pronunciarse (a favor o en contra). Quedó
atrás la era del “pragmatismo eficientista” y la despolitización posmoderna de
las masas populares que recorrió no sólo Venezuela sino toda Nuestra América en
los años 90.
* Recuperó una mirada histórica
(bolivariana) de nuestra identidad popular poniendo en crisis el individualismo
cínico del posmodernismo que nos invitaba tramposamente a desconfiar de “los
grandes relatos” y a vivir al día, pensando únicamente en consumir, sin ideales,
sin historia y sin proyectos colectivos.
* Relegitimó los símbolos, la cultura y la
tradición política del socialismo, que eran una mala palabra demoníaca en los
años ’90.
* Redistribuyó la renta petrolera
en los sectores populares y en proyectos políticos regionales, cuando antes era
un botín de guerra de la burguesía venezolana destinado a su consumo frívolo y
suntuario.
* Reinstaló una opción
antimperialista a nivel regional y continental, incluso diríamos mundial,
estableciendo vínculos con muchos pueblos y gobiernos del mundo (los “malos” en
el lenguaje hollywoodense de las administraciones norteamericanas), desde
América Latina hasta África y Asia.
Por todo eso, resulta vital apoyar
resueltamente la continuidad del proyecto encarnado por Chávez al mismo tiempo
que se torna impostergable la profundización de la revolución bolivariana
apuntando a la expropiación de las grandes fortunas, las grandes firmas, los
grandes bancos y las grandes empresas (nacionales y extranjeras). Si la
revolución bolivariana no marcha al socialismo de una vez por todas
—socializando en serio las grandes empresas, nacionalizando las palancas
fundamentales de la economía y estableciendo, contra la regulación mercantil,
una planificación socialista de gran escala, más allá incluso del ámbito
nacional hacia lo regional a través del ALBA—, necesariamente retrocederá y será
derrotada por sus enemigos históricos, internos y externos.
No será tendiéndole la mano al presidente Santos,
vecino perverso, hipócrita y siniestro, ni poniendo nuevamente la mejilla a las
amenazas golpistas escuálidas de la derecha venezolana que amagan con patear el
tablero si no ganan las elecciones, como se profundizará la revolución. No es
hora de prestar la oreja a los mansos y tramposos socialdemócratas que en nombre
del «realismo» siempre aconsejan aminorar la marcha —como hicieron en Chile en
1973, en Nicaragua en 1990 y así de seguido— para terminar, invariablemente… en
la derrota. No. El comandante Chávez y la revolución bolivariana deben
aprovechar esta crisis mundial del capitalismo y la actual debilidad de los EEUU
y de Europa occidental para apretar el acelerador. No sólo el pueblo venezolano
sino todos los pueblos del mundo estamos atentos. Lo que se juega en esta
disputa tendrá sin duda repercusiones mucho más allá de la tierra natal de Simón
Bolívar.
26 de Setiembre de
2012