Por Amaury González Vilera
Desde la perspectiva de lo que significa la democracia, el nuevo triunfo del presidente Chávez y el desarrollo y los resultados del proceso electoral, constituyen una impresionante demostración del talante democrático y de la ejemplar cultura de participación que ha adquirido el pueblo venezolano.Este siete de octubre, más del 80% de los inscritos en el padrón electoral pulsó las pantallas para votar por el candidato de su preferencia, lo cual hizo de estas elecciones las más concurridas en la historia democrática de nuestro país. Como expresión contundente y cívica de la lucha política que viene desarrollándose en Venezuela en los últimos años, es un hecho destacable que después de casi 14 años como presidente, después de haber enfrentado golpes de Estado, sabotajes, estrategias de desgaste y ataques de todo tipo, el apoyo a Chávez mantenga la solidez que significa contar con más de ocho millones de votos del pueblo.
Además, el haber triunfado en el decimo quinto proceso electoral, de los que ha ganado en catorce, hace de Chávez el líder más democrático, la figura política contemporánea más notable y el presidente de mayor legitimidad que haya existido en el mundo político moderno-occidental.
Una de las preocupaciones y expectativas que se plantearon durante la campaña, fue la del techo de votos a que llegaría el presidente, un techo que no se veía desde el 2006 y que estaba siendo afectado por diversos factores, como el descontento con algunas gestiones y la apreciable cantidad de nuevos votantes incorporados al padrón. En estas elecciones pudimos ver de nuevo ese techo, sólido, como no, pero que luego de seis años, pensamos, no se incrementó lo suficiente. Asimismo, pudimos ver de nuevo, que cuando se trata de elecciones donde es la figura de Chávez lo que se juega, la participación es considerablemente superior.
Sobre los resultados, el incremento de los votos opositores nos parece lo suficientemente elocuente, no para plantear la aplicación de las tres erres porque el noble llamado se estrellaría otra vez contra la anquilosada y contrarrevolucionaria estructura de nuestro intocado estado burgués, sino para replantear radicalmente algunas cuestiones relacionadas con aspectos medulares de todo proceso de cambio, como lo son el tema del partido político, la vanguardia revolucionaria, la transformación del Estado, el sujeto del cambio, el socialismo, etc. Por ahora, digamos que los opositores al proyecto bolivariano han sabido capitalizar descontentos y atraer mejor a muchos nuevos electores a sus filas.
Cuando se perdió la Propuesta de Reforma Constitucional en 2007, derrota que por cierto fue un empate técnico, Fidel Castro dijo algo que sigue mereciendo hoy nuestra atención: en Venezuela no hay 5 millones de oligarcas. Hoy, resulta que esos que no son oligarcas suman seis millones y medio de venezolanos, y por alguna razón votaron por un candidato con un pasado de violación del derecho internacional, y con un paquete económico que, recurriendo al eufemismo, puede calificarse de extemporáneo y anacrónico.
Finalmente, los dirigentes opositores reconocen una derrota anunciada, lo cual no hace de ellos, por cierto, unos nobles hidalgos. Saben que vienen sumando nuevos “seguidores” a su propuesta tecno-plus-neoliberal, y que haberse enfrentado a Chávez en unas presidenciales daría prestigio a su candidato, posicionando además a su partido. Ahora piden diálogo y reconciliación. Habría que ver si esa disposición al diálogo, ese “respeto sagrado” a la voluntad de las mayorías, esa honda preocupación y esa aparente madurez que demuestran ahora se manifiesta en una voluntad política real que, comprendiendo y aceptando la nueva cultura política imperante en el país, les permita incorporarse en lo concreto a la construcción de todo lo que está por construirse en el país.
A partir de ahora, la construcción del socialismo democrático requerirá de estrategias más sutiles si lo que queremos es sumar y convencer. La batalla por las mentes y los corazones cobra mayor importancia. La gente pide más eficiencia, menos sectarismo. A dar pues, la batalla cultural.
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