La crisis de los
valores
Miguel
Guaglianone
Nadie duda que vivimos una época crítica
y convulsionada. No sólo los cambios se precipitan diariamente en un mundo
globalizado e interdependiente, sino que se van superponiendo las sucesivas
facetas de las distintas crisis. Su cara más obvia y escandalosa se centra hoy en
la grave crisis económica que atraviesan los países centrales. A partir de la
“explosión” de la burbuja hipotecaria en 2006 en los Estados Unidos, esa crisis
económica ha continuado adelante. Pero por supuesto el problema global va mucho
más allá de desajustes financieros y fiscales, de deudas y quiebras. En el
primer lugar donde se deja ver en lo social, es en las medidas que los poderes
toman para enfrentar la crisis económica que están orientadas a proteger a los
grandes capitales a costa de todo tipo de pérdidas para el resto de la
sociedad. Los gobiernos actúan no como representantes de sus pueblos, sino como
personeros de los verdaderos centros de poder: los grandes e interrelacionados
intereses corporativos.
Pero más allá del encandilamiento producido por los
fenómenos económicos, vienen sucediéndose en nuestra sociedad global desde hace
un tiempo relativamente largo (por lo menos medio siglo) otros fenómenos
críticos que son realmente las bases de la situación de caos. Uno de ellos ha
sido el progresivo poder acumulado a través de la centralización y
globalización de los medios masivos de comunicación. Progresivamente los
mecanismos que en principio surgieron para optimizar las comunicaciones en las
sociedades de masas, se han ido convirtiendo en una red que cubre el planeta y
que opera con otro tipo de objetivos. El principal de ellos es alienar a esas
grandes masas de los países centrales con una visión del mundo que permita
mantener el dominio de los factores de poder aún en circunstancias cada vez más
cambiantes y difíciles.
Y desde allí podemos orientarnos hacia el meollo de la
crisis: la pérdida de los valores y
pautas de conducta comunes a la sociedad. Los medios masivos de
comunicación corporativizados proporcionan un “doble discurso” que distorsiona
la realidad a la conveniencia de los poderes establecidos. Así, se invaden
países y se matan civiles inocentes en nombre de la “los pueblos” y la
“democracia”, se asesina y se tortura impunemente para proteger la “libertad y
la justicia” (y se consideran estos actos “valederos y apropiados”), o se
demonizan y se convierten en protagonistas del “eje del mal” a todos aquellos
que no se doblegan ante el poder establecido.
Sin embargo, a pesar de la distorsión que proporcionan
los medios (y acentuada por ella misma), se va imponiendo finalmente la
realidad de que aquellas creencias y valores que sustentaron a nuestra Cultura
Occidental a partir del Iluminismo han ido paulatinamente perdiendo su vigencia.
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Cuando
a partir de sistemas de gobierno que se consideran “democráticos” se imponen a
los países europeos políticas neoliberales que protegen a los bancos y los
grandes capitales y sacrifican la calidad de vida de los pueblos, los que no
tienen ni voz ni voto en la imposición de esas políticas, y se designan para
implementarlas gobiernos de tecnócratas y banqueros; se desdibuja y pierde todo
su significado el concepto de “democracia” (gobierno del pueblo).
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Cuando
se promueven intervenciones militares en países soberanos apelando a la
necesidad de “libertad” de sus pueblos y se genera el absurdo de imponer por la
fuerza y la prepotencia la supuesta “justicia”, se deja en evidencia la pérdida
de significado de estos términos, que terminan resultando palabras vacías para
cubrir intereses geopolíticos y económicos.
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Cuando
es imposible hacer cumplir resoluciones mayoritarias de la Asamblea General
de la ONU como
por ejemplo las relativas a Israel y los territorios ocupados y el derecho del
pueblo palestino a tener una patria, o hacer cesar bloqueo impuesto hace más de
medio siglo a Cuba por los Estados Unidos, porque el poder de veto de cinco
naciones en el Consejo de Seguridad impide su concreción, estamos contemplando la inoperancia de un
sistema de asociación de naciones que se supone debería funcionar globalmente y
por consiguiente el mito de la “comunidad internacional”.
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Cuando
la tortura y el asesinato se legalizan a través de la ley Patriota y se dejan
de lado todas las consideraciones de “derechos humanos” frente a las razones de
Estado (en realidad las razones del gran capital)
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Finalmente,
y como caso más reciente en este apretado resumen de algunos ejemplos del
fenómeno acerca del cual podríamos compilar libros enteros, cuando Gran Bretaña
amenaza con entrar a la
Embajada de Ecuador a poner preso a Julián Assange y se niega
a entregar un salvoconducto que le permita salir del país, queda al descubierto
que el pretendido “derecho internacional” o las Convenciones de Viena y de
Ginebra no significan hoy más que letra muerta en antiguos documentos.
Así, nuestra cultura contemporánea (la posmodernidad)
parece caracterizarse por el abandono total de valores y creencias generales, y
quedar abandonada al libre paso de la fuerza bruta y la barbarie.
La izquierda y
los valores
Pero el fenómeno no se da solamente en los sistemas
institucionales establecidos. El caso más relevante (y el que más duele) es el
relativo a la crisis de valores en las izquierdas. Aún con toda la confusión
reinante respecto a las ideologías, es sencillo todavía hacer una distinción
entre la visión de izquierda y la de derecha. La derecha se caracteriza por
promover el mantenimiento del status quo (conservadurismo) o en caso de alentar
cambios, hacerlo con aquellos orientados hacia la consolidación del sistema
vigente. La izquierda (que comenzó a ser social a partir de la segunda mitad
del Siglo XIX) ha sido la visión promotora de nuevos cambios orientados hacia
una sociedad más justa, hacia un nuevo sistema de valores y una nueva forma de
vida.
La crisis de valores del último medio siglo también ha
afectado a las izquierdas. Tenemos los ejemplos todos a nuestro alrededor.
Antiguos ex guerrilleros, que fueron capaces hace cuarenta años de arriesgar
sus vidas por sus ideales y por los cambios necesarios, hoy son parte del
status quo, defienden las tesis neocapitalistas y neoliberales, renuncian a las
visiones de cambio social (aunque algunos todavía siguen amparándose en su
supuesto izquierdismo), se codean con quienes fueron sus enemigos y represores
y abandonan la lucha por la gente, por la justicia y por la libertad. Políticos
que todavía se nombran de izquierda participan en las tomas de decisión contra
sus propios pueblos, son aquellos que ayer creyeron en el cambio y que hoy se
han plegado al status quo.
Uno de los ejemplos más destacados (posiblemente por
cercano) es el de la sociedad venezolana. A partir de la ascensión al gobierno
del proceso bolivariano, una gran parte de la “izquierda” oficial del país, no
sólo se ha puesto en contra, sino que se han aliado a la derecha tradicional
para combatirlo.
Cuesta mucho poder explicarse estos cambios. Desde una
perspectiva de izquierda es posible entender que existan personas que no estén
de acuerdo con el proceso bolivariano, que consideren que no es por ahí que va
el camino de la revolución y que hasta entiendan que hay que enfrentarlo. Hasta
allí la posición puede ser comprensible, coherente y aceptable. Lo que resulta muy difícil de
explicar y de reconocer, es cómo es posible que aquellos que se supone
pertenecían a la izquierda, sean capaces de aliarse a sus enemigos
tradicionales (la derecha, y sobre todo la más reaccionaria) para combatir un
proceso que entienden equivocado.
Esto significa haber abandonado absolutamente los ideales
y valores que a muchos de ellos llevaron en la década de los 60 a militar socialmente y a
jugarse la vida en la clandestinidad y la guerrilla. Quizás siendo unos cínicos
pudiéramos coincidir con Winston Churchill cuando decía que todo joven es por
definición liberal, pero que toda persona madura es equilibrada cuando se vuelve
conservadora. Pero no compartimos ese cinismo pragmático (que es un síntoma más
de la pérdida de valores) y que axiomatiza que los seres humanos se mueven
exclusivamente por intereses materiales y conveniencias. Tampoco es sencillo
explicar la cuestión adjudicándola a la mera traición a sí mismo y a sus
ideales. Creemos que el transfondo es más complejo, que tiene que ver con que
la izquierda no se ha librado del fenómeno general de la crisis de valores y
creencias, que ha sido partícipe de las mismas pérdidas que el resto de la
sociedad.
La esperanza
¿Quién dijo que
todo está perdido? Yo vengo a entregar mi corazón
Fito Páez
Pero si bien el panorama a nivel de lo instituido
pareciera desalentador, es la propia gente en todas partes quien está generando
firmemente respuestas a esta crisis generalizada de valores.
En principio, todavía están ahí aquellos que nunca han
abandonado sus ideales, y que han seguido y siguen guiando sus vidas en una
decisión de lucha por el cambio. Y no solo nos referimos a aquellos individuos
destacados por la historia (Ho Chi Minh, el Che, Fidel, Mandela, para nombrar
sólo algunos) sino esos revolucionarios que fueron capaces de soportar no sólo
las derrotas sufridas en los años 60 y 70 y la desolación de las décadas neoliberales
de los 80 (cuando se llegó a plantear un Fin de la Historia y un Fin de las
Ideologías), sino que hasta la fecha siguen peleando (cada uno en la trinchera
en que han podido encajar) por aquellos mismos ideales de cambio y justicia que
mantienen desde la juventud.
Más allá de ellos y haciendo general el fenómeno están
los nuevos movimientos sociales en ascenso, que van desde los zapatistas hasta
los movimientos indigenistas y ecológicos, los nuevos movimientos de los
jóvenes en los propios países centrales, que van desde los indignados a los
ocupa, las presiones en todos lados de los excluidos por retomar el
protagonismo.
Esos cambios están aquí. El reflujo de la Historia responde a la
pérdida de los valores tradicionales con el nacimiento y crecimiento de los
nuevos. La lucha continúa y en ella estamos.