Freddy J. Melo
Venezuela
se ha teñido de rojo rojito. Ha sido, desde luego, una gran victoria política,
una apertura a la posibilidad de profundizar la revolución, de dar el salto hacia
conquistas superiores, bajo la condición de que también puedan sobrepasarse globalmente
(en los ámbitos del Gobierno y del Partido) las trabas burocráticas y el conformismo
reformista.
No
se trata de una victoria para enorgullecerse. Ni el PSUV ni las otras
organizaciones del proceso deben dar pábulo a esa actitud, pues, bien mirado el
asunto, es preciso darle la razón a la camarada Ismenia González, una notable
militante pesuvista de El Hatillo. “No hicimos el trabajo”, dijo ella, y es
verdad. No lo hicimos, no se ha hecho. Desde los propios comienzos las más lúcidas mentes
revolucionarias, en primerísimo lugar la del presidente Chávez, han señalado
que la tarea fundamental es la de iluminar la conciencia, la de educar
ideológica y políticamente al pueblo para que su conexión emocional con el
líder se convierta en fuerza material indestructible, inmune a cualquier circunstancia
adversa y presta para tornarse invencible en su histórica empresa de
transformar la sociedad.
En
esa tarea corresponde a los concienciadores concienciarse también, en términos
de mutuo aprendizaje con el pueblo, y en ella deben participar todos los colectivos
partidistas y no únicamente secciones especializadas. Sólo así puede realizarse
en forma cabal.
Este
escribidor, ganado por aquel vital señalamiento, intentó recogerlo en un breve decir:
“poner la conciencia al nivel del corazón”. No con la pretensión de proponer la
frase como guía o consigna, sino sugiriéndola en calidad de pequeña
contribución al esfuerzo que a todos nos toca.
Fidel
Castro, iluminador esencial, nos advirtió hace tiempo, a propósito de un
resultado electoral, que en Venezuela no puede haber cuatro millones de
oligarcas. Desde entonces varios cientos de miles de compatriotas más, a veces
millones, se han subido al carro de la oligarquía, ganados por los cantos de
sirena alienadores y votando contra sus propios intereses. Eso significa batallas
perdidas.
Nada
justifica que a estas alturas la derecha pueda triunfar en tres entidades y
lograr resultados estrechos en otras, ni tampoco la abstención tan abultada,
indicadora de un nivel muy bajo de politización. No hemos podido reducir sensiblemente
el déficit de conciencia, y la existente es mérito casi exclusivo de Hugo
Chávez.
No
nos envanezcamos. Victoria grande sí, “victoria perfecta” no. Con humildad hay
que lanzarse en busca del tiempo perdido, valga la memoria de Marcel Proust.
Perfecta será cuando hayamos rescatado las masas alienadas.
Y
en pos de ello, Partido y Gobierno tienen que ponerse a la altura del líder llanero
y alcanzar el tamaño del compromiso histórico planteado.