Por Juan Barreto
El
cambio de gobierno de 1999 frustró las expectativas de aquellos que pretendían
confiscar al nuevo liderazgo. A partir de ese momento, poco a poco, un nombre
fue creando su propio régimen de visibilidad. De allí se sucedieron movimientos
populares e indígenas que no repiten la fisiología rastrera y de cubito dorsal
de las élites tradicionales latinoamericanas, ante el golpe cotidiano del
autoritarismo imperial del norte.
Por
el contrario, lo que se levanta desde abajo es la relación abierta de nuevas
composiciones sociales de los sectores y clases subalternas que conforman los
distintos estratos de la multitud y sus realidades heterogéneas, que ahora
contestan en voz alta ante el poder del capital. Al mismo tiempo que en su
interior se entabla un diálogo y una refriega en torno al futuro del proceso en
curso. Bastaría con colocar la oreja sobre el asfalto caliente para comprender
de qué se trata.
El
nuevo tiempo histórico que se abre construye constelaciones de momentos
estelares que, de no ser aprovechados por las fuerzas sociales emergentes,
quedarán subsumidos a favor de las corrientes conservadoras visibles o
subterráneas. Las nuevas figuras políticas; léase por ejemplo, las comunas, los
consejos comunales, o los diferentes grupos con trabajo partidista o no, en todo
el territorio nacional, obligan a pensar los dinamismos de la política desde
también nuevas configuraciones conceptuales.
Se abre de este modo extenso, un conjunto de
interrogantes (un interregno histórico) desde el momento en que entra en crisis
el poder orgánico de las clases dominantes. Los tiempos de crisis lo son
también de tormentas, conflictos, transiciones y cambios. Ello exige un
tratamiento conceptual abierto que se aleje de los socorridos dogmatismos aun
cuando estos se transvistan de revolucionarios. La caída del consenso de
Washington y la crisis en marcha, nos obligan, sin duda, a acelerar las
alianzas y recomposiciones tanto a lo interno como hacia fuera, para fortalecer
la nueva hegemonía aún en ciernes.
En
este contexto es importante señalar lo que dijera Deleuze: "El pensamiento
sólo ocurre entre una crisis y otra, en la rendija, y de manera perturbadora e
inesperada. Hay que tener en cuenta que los paisajes mentales no cambian sin
son ni ton, son refractarios a lo nuevo, se resisten y reaccionan ante la
presencia de las nuevas subjetividades. En épocas de cambio afloran capas muy
antiguas de ideas, mostrándose tal cual son, pues se abrieron paso por
formaciones discursivas que las tenían encubiertas".
Así por ejemplo, se hacen visibles formaciones
fascistoides; pero también se producen curvaturas de estos mismos discursos que
penetran y se encubren, encubándose al interior de las subjetividades
emergentes. Por eso, desde la voluntad política de los nuevos sujetos ha de
surgir de cuando en cuando, propuestas y acciones afirmativas con carácter constituyente.
Actos
de potencia, desde la movilización de la voluntad política común, la brújula
del rumbo del proceso, la legitimidad de su liderazgo. Lo que es lo mismo a
jugárselas en la afirmación de un camino. De manera que la reacción opositora
ante esta nueva derrota electoral, arrogante,
miope, no es otra cosa que la esperada y predecible tensión ante un curso que
desplaza las máscaras y los disfraces y deja a los discursos y a los sujetos al
desnudo, colocando las cosas en su lugar: Por un lado los insumisos e
insurgentes que queremos responder a favor de los cambios revolucionarios (las
grandes mayorías) y por el otro, los que raspan sus rodillas en procesiones
mediáticas a favor de la desigualdad y los privilegios de clase. Los chinos
dicen que las revoluciones son movimientos incesantes en donde el río muele al
molino.