¿Por qué se supone que estamos en una nueva etapa del
proceso?: porque, o de verdad rompemos con las instituciones de la vieja
República y construimos un nuevo Estado, o ese viejo Estado se recompone, se
regenera su lógica, nos aplasta y volvemos a lo mismo. No hay revolución verdadera si no se rompe con
el Estado, con su ejercicio burgués, sus cánones, sus miserables injusticias,
el usufructo indebido de las tierras de las mayorías, su grotesco derroche
energético en ciudades golpeadas por campos de golf sostenidos por éticas
bizarras, con la burocracia y con el modo de producción capitalista en todas
las esferas de la vida social.
No hay revolución verdadera sin el ejercicio permanente
del Poder Constituyente del pueblo. Esta tensión que existe entre el poder
constituido, que es representativo, y la posibilidad de una nueva relación de
poder, es la que nos estamos jugando. Cuando hablamos de Poder Constituyente y
Poder Popular, estamos hablando de un doble movimiento, de la posibilidad de
articular un significante material (el Poder Popular) que encarne la potencia
del Poder Constituyente. Potencia que resitúa lo político y acelera el tiempo
social.
Por ello, o activamos el Poder Constituyente, o si no,
tendremos un Estado burgués con sentimiento de culpa y, en el mejor de los
casos, una sociedad más justa (¿capitalismo con rostro humano?) y “un Estado
del Bienestar”. Pero yo no creo sólo en una sociedad más justa por sí misma.
No, porque me sitúo del lado de los que creemos en la libertad y la emancipación.
Nosotros no somos tecnócratas, no aspiramos a manejar un léxico corporativo
vaciado de pasión revolucionaria, sino que queremos arrancar de raíz al viejo
Estado.
En esa perspectiva, el Poder Popular podría ser la
síntesis que resuelve la fuerza impugnadora del movimiento social vs. la fuerza
racionalizadora y organizadora (Weber) de la institución. De la lucha que se
produce entre estas dos fuerzas, puede surgir algo nuevo: el Poder Popular; los
movimientos sociales, la multitud insurgente, el espacio donde la potencia
convive con su matriz generadora, con su revolución permanente.
No se trata del reconocimiento clientelar por parte del
Estado, porque entonces el movimiento popular queda subsumido a la lógica
estatal y sin ruptura se desincroniza el movimiento, con lo cual los
movimientos sociales terminarían sirviendo para establecer una relación
parasitaria con el Estado. El poder comunal debe ser capaz de ejercerse sobre
la sociedad, disolviendo las instituciones estatales constituidas. Asumiéndose
autónomamente como autogobierno.
Ese es el papel que tenemos que jugar nosotros, porque el
Estado existente es la forma jurídica del tiempo de la explotación. Es el
Estado del capital, es el poder de la fuerza articuladora alrededor de un
discurso que se opone al ejercicio real del poder de los ciudadanos y las
ciudadanas. Así como la lógica estatista de las instituciones es perversa, la
lógica política de partido pensado como aparato instrumental del poder, también
lo es. Mientras existan círculos que privaticen o confisquen las decisiones que
deben ser colectivas y se apropien de aparatos del Estado, poco podremos
avanzar en la construcción de un tipo de sociedad que no sea estatista y
partidista.
El camarada Chávez lo ha entendido y ha encendido esta
nueva orientación, Chávez acelera el tiempo social restituyendo lo político en
lo social, imprimiéndole fuerza para avanzar hacia una sociedad socialista.
Ello implica, como lo ha reiterado el Presidente, que no podemos mantenernos en
el mismo lugar, sino que, por el contrario, es vital la activación permanente
de un poder que se tiene que hacer cada vez más poderoso: el Poder
Constituyente, el poder del pueblo.
Juan
Barreto Cipriani