El
filósofo político John Holloway, dice en un aparte de su nuevo libro Acerca de la Revolución, una frase que
me genera estas reflexiones: “al capitalismo no hay que matarlo de una puñalada
al corazón, sino de miles de picaduras”. ¿ A qué se refiere?. ¿Cómo actuar en
términos revolucionarios en el siglo XXI?
Las
interrogantes, nos permiten una serie de consideraciones de gran alcance. La
1era, es que la idea de violencia revolucionaria que caracterizó los
planteamientos bases de la filosofía marxista del siglo XIX y las post-marxista
(leninista-stalinista) del siglo XX, planteaban sobre la interpretación del
fracaso de la experiencia de la Comuna de París (1871), la urgencia de avanzar
mediante la “Dictadura del Proletariado”. Ese momento, es precisamente eso: una
coyuntura de acción crítica y no-permanente. De hecho, visto desde los
planteamientos de la dialéctica, el estancamiento que generó la concreción de
la idea-concepto-práctica de la “dictadura del Proletariado” en la ex URSS, fue
uno de los elementos que atentó contra
la necesaria respuesta revolucionaria que pretendió ser construida con la
revolución Bolquevique en 1917. Por ello, la violencia revolucionaria no se
asume con su extremismo, ni con su consecuente derivado de muertes y
fusilamientos sumarios, como sí ocurrió en los casos de Rusia y Cuba.
No
significa que no exista violencia, por el contrario, hay nuevas formas de
ejercicio de la misma y a estas nuevas formas, debe responder el acto
revolucionario. Los efectos, en términos de alienación marxista, que tienen los
medios generan un tipo de violencia (producto de la generalización y el cambio
de percepciones de la realidad) que debe ser respondida con acciones
contra-hegemónicas. Por ello, la lucha que adelantan presidentes en Nuestra
América, como Chávez, Correa, Evo Morales o Cristina Fernández contra las
cadenas multinacionales y globales de medios de comunicación, tiene un efecto
común: causan una grieta en las lógicas de dominación del capitalismo.
Es
este el 2do considerando. Las grietas, son diversas y cada una aporta elementos
que, tomados en su conjunto, pueden ser esenciales para el (los) “momentos (s)
revolucionario(s)”. La grieta abierta por la Revolución Rusa de 1917, abrió un
espacio, pero antes que ella, la Revolución mexicana de 1910, había dejado un
espacio – un resquicio- para plantear problemas históricos no resueltos (acceso
a la tierra, igualdad étnica y política). Las luchas campesinas que generaron
la intervención de Jorge Eliezar Gaitán en Colombia, en las décadas de los 30 y
40 del pasado siglo XX, son otra forma de “grietas”, que tienen un componente
social basado en la concreción de los clivajes trabajador/propietario.
La revolución Cubana, en 1959, con Fidel
Castro, el Ché, Camilo Cienfuegos, generó un espacio que impulsó un respiro
revolucionario. El proceso político revolucionario, que concretó el triunfo de
la Unidad Popular en Chile, con Salvador Allende en los inicios de la década de
los años 70, fue otra “grieta”, tan preocupante que ameritó la inmediata acción
de Richard Nixon y su ejecutor máximo: Henry Kissinger. La revolución
Sandinista de 1979, incorporó el tema de los derechos indígenas en el discurso
revolucionario, aunque ya habían sido esbozados como elemento esencial en el
pensamiento del peruano José Carlos Mariátegui. Esas grietas, son “temporales”,
es decir, un espacio y tiempo específico, pero que acumulados “agregan” o
“aportan” nuevas experiencias.
Así
temporalmente, las protestas sociales contra las lógicas neoliberales en la
década de los años 80 y 90, que se dieron en Caracas, Buenos Aires y otros
espacios, permitieron la reorganización de los movimientos sociales, con nuevas
estrategias disruptivas y movilizadoras, pero aún así, no fueron suficientes.
No rompieron la lógica de construir un anti-poder.
El
capitalismo, en su vertiente liberal-democrática construye una idea de poder
como dominación y la respuesta de los revolucionarios, ha sido también en su
misma lógica. Dialécticamente es incorrecto. Hay que construir contra-poder. Sí
el poder es control/sumisión, el contra-poder debe ser liberador. Y debe
liberar el acto de la política. La política, no puede ser sólo hacer juntos
entre diversos (Hanna Arent). La política debe ser “voluntad de vivir”. Es
decir, construir, avanzar en el buen vivir -Suma qamaña (aymara) Vivir bien y Sumak kawsay
(quechua). Debemos asumir la política como acto de mandar-obedeciendo y no como
mandar-mandando. Este último, implica ejercer la política en su esencia
individualista (“se hace lo que yo digo”), el mandar-obedeciendo, se asume como
un ejercicio múltiple y diverso, surgido de la deliberación y la recíproca
conveniencia ( “ se hace los que todos mandamos”). Hay que “salir” de los
márgenes de acción política, que nos sujetan. Por eso, en Venezuela, la
Geometría del poder, significa un uso diferencial del “espacio” como propiedad
y pasa a entenderse como reconfiguración trascendente, en función de un
equilibrio con la naturaleza en función del buen vivir. Eso hace peligroso a Chávez,
no tanto por lo que “dice” (que es peligroso), sino por lo que su “decir” llega
“hacer”. Reproducir el accionar de Venezuela, es el riesgo que la grieta del
capitalismo sea más profunda y se produzcan miles de aguijones al corazón de la
lógica propietaria del mundo.
Dr. Juan E. Romero
Historiador
5/11/2012
Juane1208@gmail.com