La idea
maquiavélica de democracia cotidiana, que es una conquista civil (lo civil
tenía en la época de Maquiavelo una dimensión distinta), es una idea recogida
para, desde allí, dar cuenta de mediaciones y choques de actores que construyen
ritualizaciones, discursos, prácticas, legitimidades: hegemonías en un tiempo y
en un espacio dado, es decir, en la construcción de los juegos de lenguaje de
un campo de delimitación.
Maquiavelo,
en este sentido, se refiere a la política como un enjambre de hombres en eterno
conflicto. Un tinglado de intereses cruzados por pasiones, historia y vida
cotidiana. Desde ese punto, Gramsci encuentra el lugar de la lucha de clases,
mientras que para el construccionismo liberal sólo se trata del lugar del
espacio público burgués. Más o menos contractualista y neutral.
Entonces,
para nosotros, no hay pensamiento político neutral. Se trata, por un lado, de
tomar partido por una corriente epistemológica que construye un régimen de
verdad propio y emergente, y por otro, de asumir nuestra contradicción con las
corrientes que se asimilan a la noción de sociedad civil y que asumen al Estado
como instrumento que debe ser conservado, o en última instancia, renovado por
etapas por medio de la representación.
De ahí que
reconozcamos la importancia de los aportes de Gramsci, quien retoma la
tradición maquiavélica para entender la República como la suerte de laberintos
y trampas que hay que sortear para que el Príncipe Moderno cambie la realidad.
Ese Príncipe no es la clase o el pueblo, es el partido, una mezcla de todo
ello, inclinado hacia la clase. Este concepto, más allá del partido
como institución instrumental, como ensayo de la organización contingente de
una máquina de liberación del deseo en una subjetividad general, nos sirve para
pensar la República a partir de una visión que entronca con Maquiavelo, con su
idea de pueblo como actor no subordinado, como expresión en sí mismo de la
política, no necesariamente dependiente de las directrices que emana un aparato
que se auto- proclama vanguardia, como la idea de partido.