jueves, 25 de abril de 2013

LEGALIDAD GUBERNAMENTAL: LECCIONES de la HISTORI

Por: Fernando Arribas García, 
 Ocho elecciones presidenciales a lo largo de la historia de Estados Unidos se han decidido por márgenes menores al 2% del voto popular, incluyendo las de 1960 (ganador: John F. Kennedy con 49,7%), 1968 (ganador: Richard M. Nixon con 43,4%), 1976 (ganador: James E. Carter con 50,1%) y 2000 (elegido: George W. Bush con 47,8%). Y –salvo en este último caso, en que el Presidente elegido de hecho obtuvo menos votos populares que su contrincante–, nadie puso jamás en duda la validez de tales resultados ni la legitimidad de los mandatos presidenciales que se desprendieron de ellos.
Algo parecido ocurrió en Francia en 1974, cuando resultó elegido Presidente Valéry Giscard D’Estaing con 50,8% de los votos contra 49,2% de François Miterrand. Y lo mismo en numerosas oportunidades en elecciones de Primer Ministro de diversos países europeos, en que con frecuencia ningún candidato obtiene la mayoría absoluta en las elecciones populares, y se requieren complicadas maniobras y alianzas parlamentarias para construir la correlación de fuerzas necesaria para “formar gobierno” de conformidad con las normas legales vigentes.
Pero sin necesidad de ver más allá de nuestras fronteras, también en la Venezuela de 1968 tuvimos una situación incluso más llamativa, cuando resultó elegido Rafael Caldera con apenas el 29,1% del voto popular contra 28,2% de su principal rival, Gonzalo Barrios. Y tampoco en este caso se pretendió desconocer el resultado sobre la base de lo estrecho del margen de diferencia, ni se puso en tela de juicio la legitimidad del gobierno resultante, a pesar de las circunstancias agravantes de que la mayoría obtenida por Caldera era apenas relativa, muy distante de la mitad de los votos válidos, y de que su partido habría de gobernar cinco años contra una bastante más holgada mayoría parlamentaria de oposición.
Hay, no obstante, un caso en la historia de nuestro continente en que una elección presidencial decidida por un margen de menos de 2% del voto popular fue cuestionada y desconocida por la parte perdedora: la victoria de Salvador Allende en el Chile de 1970 por 36,6% contra 35,3% de Jorge Alessandri. Aunque finalmente el triunfo de Allende fue validado y refrendado según los procedimientos establecidos en la Constitución de entonces, el intento de desconocer la voluntad popular signó desde el primer momento el clima de confrontación que habría de prevalecer durante todo el gobierno de Allende y que terminaría con el sangriento golpe fascista que lo derrocó tres años más tarde, hundiendo al pueblo chileno en 17 años de feroz dictadura.
Dos lecciones se desprenden de estos ejemplos de la historia. La primera, que la validez legal y la legitimidad de un gobierno electo no radican en la magnitud de la diferencia con que haya vencido en las elecciones, sino de su apego a las reglas del juego democrático y su respeto al ordenamiento jurídico aplicable. Y la segunda, que los intentos de pretender desconocer la voluntad expresada en las urnas electorales por la mayoría del pueblo, aunque esta mayoría sea estrecha, no conducen a nada bueno.
Nadie tiene ni puede tener derecho o argumentos para poner en duda la legalidad de un gobierno elegido con más del 50% de los votos, una mayoría absoluta –es decir, por más de la mitad de los electores– en comicios limpios y libres, convocados y celebrados con estricto apego a la Constitución y las leyes, en los que participó voluntariamente casi el 80% de las y los ciudadanos habilitados para ello. A menos, claro, que, como la derecha chilena de 1970, albergue intenciones aviesas…
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