lunes, 10 de septiembre de 2012

La crisis de los valores



La crisis de los valores


Miguel Guaglianone

Nadie duda que vivimos una época crítica y convulsionada. No sólo los cambios se precipitan diariamente en un mundo globalizado e interdependiente, sino que se van superponiendo las sucesivas facetas de las distintas crisis. Su cara más obvia y escandalosa se centra hoy en la grave crisis económica que atraviesan los países centrales. A partir de la “explosión” de la burbuja hipotecaria en 2006 en los Estados Unidos, esa crisis económica ha continuado adelante. Pero por supuesto el problema global va mucho más allá de desajustes financieros y fiscales, de deudas y quiebras. En el primer lugar donde se deja ver en lo social, es en las medidas que los poderes toman para enfrentar la crisis económica que están orientadas a proteger a los grandes capitales a costa de todo tipo de pérdidas para el resto de la sociedad. Los gobiernos actúan no como representantes de sus pueblos, sino como personeros de los verdaderos centros de poder: los grandes e interrelacionados intereses corporativos.

Pero más allá del encandilamiento producido por los fenómenos económicos, vienen sucediéndose en nuestra sociedad global desde hace un tiempo relativamente largo (por lo menos medio siglo) otros fenómenos críticos que son realmente las bases de la situación de caos. Uno de ellos ha sido el progresivo poder acumulado a través de la centralización y globalización de los medios masivos de comunicación. Progresivamente los mecanismos que en principio surgieron para optimizar las comunicaciones en las sociedades de masas, se han ido convirtiendo en una red que cubre el planeta y que opera con otro tipo de objetivos. El principal de ellos es alienar a esas grandes masas de los países centrales con una visión del mundo que permita mantener el dominio de los factores de poder aún en circunstancias cada vez más cambiantes y difíciles. 

Y desde allí podemos orientarnos hacia el meollo de la crisis: la pérdida de los valores y pautas de conducta comunes a la sociedad. Los medios masivos de comunicación corporativizados proporcionan un “doble discurso” que distorsiona la realidad a la conveniencia de los poderes establecidos. Así, se invaden países y se matan civiles inocentes en nombre de la “los pueblos” y la “democracia”, se asesina y se tortura impunemente para proteger la “libertad y la justicia” (y se consideran estos actos “valederos y apropiados”), o se demonizan y se convierten en protagonistas del “eje del mal” a todos aquellos que no se doblegan ante el poder establecido.

Sin embargo, a pesar de la distorsión que proporcionan los medios (y acentuada por ella misma), se va imponiendo finalmente la realidad de que aquellas creencias y valores que sustentaron a nuestra Cultura Occidental a partir del Iluminismo han ido paulatinamente perdiendo su vigencia.

-       Cuando a partir de sistemas de gobierno que se consideran “democráticos” se imponen a los países europeos políticas neoliberales que protegen a los bancos y los grandes capitales y sacrifican la calidad de vida de los pueblos, los que no tienen ni voz ni voto en la imposición de esas políticas, y se designan para implementarlas gobiernos de tecnócratas y banqueros; se desdibuja y pierde todo su significado el concepto de “democracia” (gobierno del pueblo).
-       Cuando se promueven intervenciones militares en países soberanos apelando a la necesidad de “libertad” de sus pueblos y se genera el absurdo de imponer por la fuerza y la prepotencia la supuesta “justicia”, se deja en evidencia la pérdida de significado de estos términos, que terminan resultando palabras vacías para cubrir intereses geopolíticos y económicos.
-       Cuando es imposible hacer cumplir resoluciones mayoritarias de la Asamblea General de la ONU como por ejemplo las relativas a Israel y los territorios ocupados y el derecho del pueblo palestino a tener una patria, o hacer cesar bloqueo impuesto hace más de medio siglo a Cuba por los Estados Unidos, porque el poder de veto de cinco naciones en el Consejo de Seguridad impide su concreción,  estamos contemplando la inoperancia de un sistema de asociación de naciones que se supone debería funcionar globalmente y por consiguiente el mito de la “comunidad internacional”.
-       Cuando la tortura y el asesinato se legalizan a través de la ley Patriota y se dejan de lado todas las consideraciones de “derechos humanos” frente a las razones de Estado (en realidad las razones del gran capital)
-       Finalmente, y como caso más reciente en este apretado resumen de algunos ejemplos del fenómeno acerca del cual podríamos compilar libros enteros, cuando Gran Bretaña amenaza con entrar a la Embajada de Ecuador a poner preso a Julián Assange y se niega a entregar un salvoconducto que le permita salir del país, queda al descubierto que el pretendido “derecho internacional” o las Convenciones de Viena y de Ginebra no significan hoy más que letra muerta en antiguos documentos.

Así, nuestra cultura contemporánea (la posmodernidad) parece caracterizarse por el abandono total de valores y creencias generales, y quedar abandonada al libre paso de la fuerza bruta y la barbarie.

La izquierda y los valores

Pero el fenómeno no se da solamente en los sistemas institucionales establecidos. El caso más relevante (y el que más duele) es el relativo a la crisis de valores en las izquierdas. Aún con toda la confusión reinante respecto a las ideologías, es sencillo todavía hacer una distinción entre la visión de izquierda y la de derecha. La derecha se caracteriza por promover el mantenimiento del status quo (conservadurismo) o en caso de alentar cambios, hacerlo con aquellos orientados hacia la consolidación del sistema vigente. La izquierda (que comenzó a ser social a partir de la segunda mitad del Siglo XIX) ha sido la visión promotora de nuevos cambios orientados hacia una sociedad más justa, hacia un nuevo sistema de valores y una nueva forma de vida.

La crisis de valores del último medio siglo también ha afectado a las izquierdas. Tenemos los ejemplos todos a nuestro alrededor. Antiguos ex guerrilleros, que fueron capaces hace cuarenta años de arriesgar sus vidas por sus ideales y por los cambios necesarios, hoy son parte del status quo, defienden las tesis neocapitalistas y neoliberales, renuncian a las visiones de cambio social (aunque algunos todavía siguen amparándose en su supuesto izquierdismo), se codean con quienes fueron sus enemigos y represores y abandonan la lucha por la gente, por la justicia y por la libertad. Políticos que todavía se nombran de izquierda participan en las tomas de decisión contra sus propios pueblos, son aquellos que ayer creyeron en el cambio y que hoy se han plegado al status quo.

Uno de los ejemplos más destacados (posiblemente por cercano) es el de la sociedad venezolana. A partir de la ascensión al gobierno del proceso bolivariano, una gran parte de la “izquierda” oficial del país, no sólo se ha puesto en contra, sino que se han aliado a la derecha tradicional para combatirlo.

Cuesta mucho poder explicarse estos cambios. Desde una perspectiva de izquierda es posible entender que existan personas que no estén de acuerdo con el proceso bolivariano, que consideren que no es por ahí que va el camino de la revolución y que hasta entiendan que hay que enfrentarlo. Hasta allí la posición puede ser comprensible, coherente  y aceptable. Lo que resulta muy difícil de explicar y de reconocer, es cómo es posible que aquellos que se supone pertenecían a la izquierda, sean capaces de aliarse a sus enemigos tradicionales (la derecha, y sobre todo la más reaccionaria) para combatir un proceso que entienden equivocado.

Esto significa haber abandonado absolutamente los ideales y valores que a muchos de ellos llevaron en la década de los 60 a militar socialmente y a jugarse la vida en la clandestinidad y la guerrilla. Quizás siendo unos cínicos pudiéramos coincidir con Winston Churchill cuando decía que todo joven es por definición liberal, pero que toda persona madura es equilibrada cuando se vuelve conservadora. Pero no compartimos ese cinismo pragmático (que es un síntoma más de la pérdida de valores) y que axiomatiza que los seres humanos se mueven exclusivamente por intereses materiales y conveniencias. Tampoco es sencillo explicar la cuestión adjudicándola a la mera traición a sí mismo y a sus ideales. Creemos que el transfondo es más complejo, que tiene que ver con que la izquierda no se ha librado del fenómeno general de la crisis de valores y creencias, que ha sido partícipe de las mismas pérdidas que el resto de la sociedad.

La esperanza
¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a entregar mi corazón
Fito Páez

Pero si bien el panorama a nivel de lo instituido pareciera desalentador, es la propia gente en todas partes quien está generando firmemente respuestas a esta crisis generalizada de valores.

En principio, todavía están ahí aquellos que nunca han abandonado sus ideales, y que han seguido y siguen guiando sus vidas en una decisión de lucha por el cambio. Y no solo nos referimos a aquellos individuos destacados por la historia (Ho Chi Minh, el Che, Fidel, Mandela, para nombrar sólo algunos) sino esos revolucionarios que fueron capaces de soportar no sólo las derrotas sufridas en los años 60 y 70 y la desolación de las décadas neoliberales de los 80 (cuando se llegó a plantear un Fin de la Historia y un Fin de las Ideologías), sino que hasta la fecha siguen peleando (cada uno en la trinchera en que han podido encajar) por aquellos mismos ideales de cambio y justicia que mantienen desde la juventud.

Más allá de ellos y haciendo general el fenómeno están los nuevos movimientos sociales en ascenso, que van desde los zapatistas hasta los movimientos indigenistas y ecológicos, los nuevos movimientos de los jóvenes en los propios países centrales, que van desde los indignados a los ocupa, las presiones en todos lados de los excluidos por retomar el protagonismo.

Esos cambios están aquí. El reflujo de la Historia responde a la pérdida de los valores tradicionales con el nacimiento y crecimiento de los nuevos. La lucha continúa y en ella estamos.