jueves, 8 de octubre de 2009


Masacre de La Victoria: una obra original de Luis Posada Carriles

ABN 19/06/2008

Caracas, 19 Jun. ABN (Manuel Alexis Rodríguez).- En la historia del terrorismo de Estado en América Latina, a partir de la década de 1960, figura un hombre de origen cubano, que durante su vida también portó nacionalidad estadounidense y venezolana, llamado Luis Posada Carriles (LPC), conocido por planificar y materializar actos terroristas en naciones como Honduras, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Cuba y Venezuela.

Conocido también como el “Comisario Basilio”, se ubica entre los más fieles soldados de una fuerza invisible de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA, por sus siglas en inglés) dedicada al entrenamiento y formación de mercenarios y asesinos, con la misión de intervenir a los gobiernos progresistas del mundo.

Un enemigo nato de la Revolución cubana y de cualquier movimiento progresista que surgiera en Latinoamérica, fue destacado funcionario de la Dirección General de los Servicios de Inteligencia y Prevención (Disip) de Venezuela durante los años 70, un cargo que aprovechó para infundir terror en la sociedad y llevar a cabo horrorosas torturas, asesinatos, secuestros y extorsiones.

En su historial criminal tiene el recuerdo de miles de venezolanos torturados, tanto física, como psicológica y moralmente; víctimas de las atrocidades de la tenebrosa policía política venezolana de la época.

Dos de esas venezolanas son Brenda y Marlene Esquivel, hermanas que vivieron en carne propia las torturas de LPC a la corta edad de 20 años durante la llamada “Masacre de La Victoria”, operación dirigida por “Basilio” en contra del movimiento de izquierda Punto Cero, que se manifestaba en contra de la política del entonces presidente Rafael Caldera.

Brenda era compañera de Ramón Antonio Álvarez, mientras Marlene lo era de Luis Eduardo Colls, dos venezolanos asesinados por las fuerzas policiales que dirigía LPC.

Desde los 12 años de edad fueron luchadoras estudiantiles y participaron en una Juventud Comunista perseguida, a la cual no se le permitía realizar ningún tipo de protesta, bajo una orden gubernamental: “Los estudiantes estaban obligados a aceptar y respetar todas las decisiones del Ejecutivo”.


Mátenlos a todos

Brenda Esquivel cuenta que en el año 1972, élla y su hermana Marlene, integraban el movimiento Punto Cero y eran perseguidas por el Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (Sifa) y la Disip, grupos de operaciones dirigidos por el “Comisario Basilio”, un asesino y terrorista protegido por Estados Unidos y con orden de desaparecer a todo aquel que manifestara por una sociedad justa en Venezuela.

“El 2 de junio mí compañero Ramón Antonio Álvarez y Rafael Bottini Marín fueron arrestados, torturados, sedados y asesinados en la urbanización El Paraíso de Caracas, acusados de tener secuestrado al industrial Carlos Domínguez (conocido como el Rey de la Hojalata), quien casualmente estaba era en manos del propio gobierno”, recordó Brenda.

Sin embargo, -prosigue Brenda- los subieron a un automóvil, les dispararon a mansalva y luego tergiversaron los hechos, cambiándolos de posición y plantando armas de fuego en el carro, armas que curiosamente no aparecían en las primeras fotografías tomadas por los reporteros gráficos de la prensa.

Agregó que sólo un día después, el 3 de junio, LPC y su comando de asesinos se presentó en la casa donde élla vivía con su familia, ubicada en La Victoria, estado Aragua, cuando estaba en compañía de cuatro camaradas, tres niños y su hermana Marlene.

“Sin previo aviso llegaron disparando desde distintas direcciones, con unidades terrestres y aéreas. Nosotros nos defendimos porque consideramos que era mejor morir antes que entregarnos y delatar a nuestros camaradas. No obstante, fue una guerra muy dispareja, debido a la presencia de funcionarios de la Disip, Sifa, Policía Técnica Judicial y División de Inteligencia Militar”, indicó.

Su hermana Marlene, madre de una niña de apenas 24 días de nacida, añade que tenían miedo de salir, aún más, luego de escuchar la orden dictada por el Comisario Basilio: ¡Mátenlos a todos!

“Aunque pedimos que no nos dispararan porque saldríamos con los niños, debimos lanzarnos al piso porque el tiroteo no cesaba. Cuando se calmaron, salimos y un guardia me gritó que levantara las manos, al decirle que no podía porque tenía la niña en brazos, me dio un golpe en la espalda con el fusil y caí al suelo, junto con mi hermana y los otros niños”, relató Marlene.

Durante el ataque murieron tres de sus compañeros dentro de la casa, mientras que otro fue fusilado con un tiro en la cabeza frente a las dos, aún cuando salió a la calle en señal de rendición y armado solamente con un banderín blanco.

Brenda afirmó que la orden era dispararle a éllas también, pero el pueblo de La Victoria se alzó y se abalanzó sobre los funcionarios gritando y pidiendo que no las mataran, siendo ese el único motivo por el cual las dejaron con vida.

“En ese momento, un señor se acercó y me pidió que le entregara a mi hija. Yo lo pensé por un momento pero al final no quise dejarla en manos de un desconocido, que posteriormente fue golpeado de forma salvaje por los funcionarios”, agregó.


Hablen o sufrirán sus hijos

Brenda tenía en ese entonces ocho meses de embarazo, y fue llevada a una comisaría cercana, “uno de los funcionarios notó mi estado y le preguntó al Comisario Basilio ¿qué hacemos con esta señora embarazada? Basilio respondió ¡Acaba con esa semilla antes de nacer, seguramente será otro guerrillero!.

Con lágrimas en sus ojos, cuenta que la trasladaron a una sala donde fue torturada, “intentaron ahogar mi cabeza dentro de una bañera llena de agua y me dieron fuertes patadas en el vientre hasta que comencé a expulsar sangre. Allí sentí el dolor inmenso y me dije: ¡Mataron a mi bebe!”.

Al negarse a delatar a su gente, la metieron a un calabozo con presos comunes que estaban desnudos, y le gritaron a los reos “miren, aquí les traemos algo para ustedes”, continuó Brenda.

“Pero la noticia se expandió en todo el pueblo y los presos ya tenían conocimiento de lo sucedido. Uno de ellos me preguntó si yo era una de las guerrilleras que se enfrentó a la policía. Cuando dije que si, el hombre se paró frente a los demás y advirtió: ¡Que a ninguno se le ocurra tocarla, élla no es una delincuente, es una luchadora”.

Marlene agregó que, simultáneamente, en el deposito donde ella estaba, escuchaba los gritos de una mujer que, de acuerdo con la policía, era su hermana.

“Me decían que si hablaba, mi hermana no seguiría sufriendo. Pero estaba al tanto de los métodos de la policía, y en un descuido corrí hacia la puerta y al abrirla comprobé que los gritos provenían de una grabación”, subrayó.

Como seguía negada a hablar, el Comisario Basilio le hizo señas a uno de los hombres que fumaba para que quemara a la niña.

“El oficial me la arrebató y comenzó a quemarla en las piernas con el cigarro, al tiempo que Basilio intentó asfixiarla con una mano mientras con la otra le colocó su arma en la cabeza y amenazaba con jalar el gatillo”, explicó.

Prosiguió diciendo que luego vio como traían a su hermana, dejando un rastro de sangre en el piso, y pudo entender que le habían matado a su niño en la barriga, un camino por el que iba también su niña recién nacida.

“Mi hija se salvó porque hubo un momento en el que subió un grupo de personas vestidas de negro a la Disip a reclamar un cadáver. Mi hermana empujó al funcionario que nos custodiaba y corriendo se la entregué a una señora diciéndole: ¡Por favor lleve a mi hija a un hospital y sálvela que se está muriendo! Por cosas del destino, cuando se volteó, vi que era una de sus tías”, recordó.

En cambio, relatan que los otros niños tenían días sin comer, los guardias les ofrecían comida con la condición de que dijeran el paradero de los demás pero no le daban ni agua, y días después no se supo más de ellos.

No obstante, el calvario no terminó allí, puesto que en su traslado hacia Caracas, las dos iban en carros separados y cuando pasaron la bajada de Tazón, “un oficial abrió la puerta que daba hacía el barranco y a punta de golpes intentó lanzarme, para decir que yo misma me lancé, pero me aferré con tanta fuerza a su pantalón que no pudo hacerlo”, enfatizó Marlene.

“A los días, yo padecía fiebre y estaba en condiciones deplorables, porque el no amamantar a la niña provocó que la leche se secará en mis senos. Pero Brenda estaba peor, tenía al niño muerto en su vientre y temblaba tanto del frío que tenía que colocarle una colchoneta encima y subirme sobre ella para darle calor”, indicó.

Marlene añadió que, estando presas en Caracas, José Vicente Rangel, quien pertenecía a la comisión de derechos humanos del parlamento, las visitó y logró que trasladarán a Brenda a un hospital, donde antes de examinarla, “uno de los médicos junto a dos guardias le inyectaron pentotal (medicamento que funciona como agente hipnótico) para hacerla hablar, pero una enfermera y otra médico lo impidieron y le hicieron la limpieza”.

Durante seis meses fueron vejadas y sometidas a torturas, hasta que finalmente fueron liberadas gracias a que un tribunal militar dictaminó que no tenían responsabilidad alguna en los hechos imputados.


Sin lástima, exige justicia

“A partir de allí estuvimos siempre vigiladas, asediadas y perseguidas, no conseguíamos trabajo porque no teníamos una buena carta de empleo, llegaban las autoridades y hasta por varios días, no gozábamos de libertad plena, ni percibíamos ayuda económica”, apuntó Marlene.

Su hermana agregó que fue durante la década de 1980 cuando lograron estudiar y conseguir trabajo, “incluso siempre nos ofrecían pasaporte y dólares para salir del país, nos quisieron obligar a militar en Acción Democrática o Copei, pero nunca aceptamos ninguna de sus propuestas”.

Las dos concuerdan que con la llegada del proceso revolucionario al fin han logrado relatar todo lo que vivieron, han exigido justicia y se han quitado una carga de encima al expresar todo su dolor y sufrimiento.

“No queremos que sientan lástima o dolor por nosotros. Queremos que todos conozcan la verdad, somos uno de muchos casos. Yo le pido a todos aquellos que fueron víctimas de esos abusos que denuncien y cuenten la manera como fueron torturados y violentados”, exhortó Marlene.

A su vez, Brenda aclaró que seguirán luchando por la verdad, porque mientras puedan ser oídos, le enviarán un mensaje a la juventud actual para que se de cuenta de todo lo que hay detrás de esos asesinatos

“Los jóvenes no tienen conocimiento de las injusticias de la IV República, en los gobiernos de AD y Copei, por eso salen a marchar injustamente en contra de un proceso revolucionario que lo único que ha hecho es brindar todas las libertades posibles a su pueblo”, dijo.

Como víctimas directas, las dos manifestaron que se unen y solidarizan con todas las víctimas de América Latina que han sufrido por acciones del imperio estadounidense, y las invitan a formar un equipo que exija la extradición de LPC a Venezuela, para que pague por todos los crímenes horrendos que cometió.

Desde 1982 Brenda trabaja con adolescentes con retardo mental, mientras Marlene es licenciada en Enfermería (1983) y su hija Orlans, la pequeña torturada por órdenes de Posada Carriles, tiene 35 años y acaba de inscribirse en la Misión Sucre para estudiar la licenciatura en Derecho, junto a su madre y su tía.

“Nuestros ideales eran idénticos a los que actualmente defiende la Revolución bolivariana: una sociedad justa, con igualdad, equidad y solidaridad. Esa lucha que se da en las comunidades, batallones, misiones, aldeas universitarias, esa que nosotros estamos llevando. En este proceso si se oye al pueblo, a la juventud y todos pueden expresarse”, finalizó Brenda.