Las dos tácticas del imperio
En el drama hondureño vemos desplegarse, con mayor claridad que nunca antes, las dos tácticas del imperialismo norteamericano engarzadas a la línea estratégica de mantener o buscar mantener a nuestra América como patio trasero neocolonial y entrabar o romper, o pretender hacerlo, cualquier proceso de unificación, su inamovible propósito, ya lo hemos dicho así, desde cuando logró frustrar con la complicidad de Santander el Congreso Anfictiónico convocado por Bolívar. Con ligeras variantes es la versión a gran escala del juego del policía malo y el bueno, que generalmente es un truco acordado, pero otras veces, como parece serlo ahora, responde a un reto o pugna de modalidades.
Barack Obama, designado gerente político del imperio (entrelazando la conveniencia circunstancial del grupo dominante con el anhelo popular de cambio) para lavarle la cara luego del siniestro desgobierno anterior, y también en vista de la terrible crisis que aqueja al sistema, viene con una sonrisa, una mano extendida y un discurso inteligente en busca de deshacer entuertos. Algunos logros ha obtenido, fundamentalmente expresados en la “obamomanía”, y su ambición no confesada pero evidente es ser reconocido como un segundo Franklyn Roosevelt. Pero el entramado fundamental, hecho para jugar duro, está dispuesto a marcar el camino. El “negrito” –vaya el lenguaje del doméstico alzado-- quiere demostrar que su “modo” es más efectivo, aunque dejando claro, Afganistán es la carta de muestra, que no desdeña utilizar los cañones.
Desde el primer momento del golpe en Honduras fijó la dirección de su jugada: “a las partes implicadas les corresponde solucionar sus desacuerdos”. Sabía que los halcones manejaron y siguen manejando el tablero de la nunca desbautizada “banana republic”, mas quiere ganarles la partida devolviendo al infortunado país hermano nuestro la democracia, una democracia, por supuesto, en sus términos, bien lavadita y representativa. Luego de tascar el freno bajo las decisiones de
El pero deviene del otro entramado, el que los pueblos del lado abajo del Río Bravo han venido montando a partir del desencadenamiento de