A PROPÓSITO DE HENRY
Del “republicanismo bananero” a la crisis alimentaria.
Supl. Ecológica - La Jornada (México)
Por Vicent Boix, escritor autor de “El parque de las hamacas” http://www.elparquedelashamacas.org
En 1904, el escritor y humorista estadounidense O. Henry, publicaba su obra Cabbages and Kings, en la que acuñaba por primera vez el término “república bananera” (Banana Republic). Lo hizo para referirse a Honduras, ya que en aquella época hablar de república era como decir dictadura. ¿Se basaría Henry en la figura y obra del magnate bananero Sam Zemurray, que por esos años desembarcaba en dicho país para sembrar los bananos que darían vida a la Cuyamel Fruit Company?
Años antes de la inspiración divina de Henry, ya habían nacido la United Fruit Company y también Castle & Cook. Luego vendría la Dole, la Standard y otras. Entre todas transformaron países enteros en latifundios donde sembraban plátanos y otras frutas exóticas demandadas por el público norteamericano. Se arrasó con la tierra, con las formas de vida, con las personas y se configuraron los países en nombre de la agroexportación y de ese progreso insípido, inodoro e incoloro. Carreteras, puertos, caminos, leyes, monedas, comercios, subvenciones, embalses, títeres, ferrocarril, y represión, guerras y golpes de estado cuando hicieron falta. Toda la idiosincrasia de los pueblos prostituida en nombre del banano globalizador.
Fue precisamente en esas fincas donde se utilizaría en los años 70 el dibromo cloropropano (DBCP). Un producto químico peligroso que dejó a miles de personas enfermas y contaminó por años el medio ambiente. Su triste historia ha sido recabada por quién escribe estas palabras, en el libro “El parque de las hamacas”. El ensayo empieza con el prólogo del embajador nicaragüense en España, Augusto Zamora, que refleja la crudeza en la época de máximo esplendor del “republicanismo bananero”. Finaliza con un epílogo compuesto por una noticia fechada en noviembre de 2007, que anuncia la primera victoria judicial en Estados Unidos para nicaragüenses afectados. En medio los detalles, vicisitudes, alegrías y tristezas de un producto y de una época. Pero es sumamente curioso que, justo un siglo después de que Henry acuñara el inmortal término, afectados por el DBCP introdujeran una demanda en Estados Unidos que ganarían tres años después. La diferencia entre el prólogo y el epílogo es evidente. Cada uno representa una época y algo está cambiando ¿no creen?
Vistos los acontecimientos de los últimos años, sí, posiblemente algo esté cambiando. Estas empresas perdieron poder efectivo sobre los países y a la vez éstos, poco a poco, renunciaron ser el patio trasero de nadie. Aún así, también es muy cierto que si Henry pudiera resucitar y sentarse en su escritorio a la luz del candil, podría crear nuevas repúblicas para sus cuentos: “Las repúblicas sojeras”, “Las repúblicas independientes de los agrocombustibles”, “las repúblicas de la palma”, “las repúblicas eucalípticas”, “las repúblicas algodoneras” e incluso “la federación internacional de repúblicas modificadas genéticamente”. Tendría que limar la influencia de las agroexportadoras, otorgándola a terratenientes sin fronteras. También a monarcas y aristócratas horteras. Debería incorporar en sus historietas a la OMC, al FMI, mezclar bananos con tratados de libre comercio, ajustes y reajustes. Substituir dictaduras militares por democracias virtuales. En pocas palabras, le correspondería actualizarse.
Sin embargo, en lo que no debería hacer esfuerzo alguno (porque apenas ha cambiado en un siglo), es en comprender el papel de la tierra, del explotador y del humano del campo. Aún así, Henry difícilmente podría imaginar el actual exterminio planetario del agricultor tradicional. Menos un modelo que fuera globalmente más cruel y devastador que su “republicanismo bananero”, que permite especular con alimentos y que ha provocado 100 millones más de hambrientos. No podría comprender la velocidad con la que avanza la frontera agrícola, ni la impunidad reinante, ni la anuencia de la clase política. Casi que hubiera preferido no haberse levantado de su dulce morada, ahí dentro, calentito.
Del “republicanismo bananero” a la crisis alimentaria.
Supl. Ecológica - La Jornada (México)
Por Vicent Boix, escritor autor de “El parque de las hamacas” http://www.elparquedelashamacas.org
En 1904, el escritor y humorista estadounidense O. Henry, publicaba su obra Cabbages and Kings, en la que acuñaba por primera vez el término “república bananera” (Banana Republic). Lo hizo para referirse a Honduras, ya que en aquella época hablar de república era como decir dictadura. ¿Se basaría Henry en la figura y obra del magnate bananero Sam Zemurray, que por esos años desembarcaba en dicho país para sembrar los bananos que darían vida a la Cuyamel Fruit Company?
Años antes de la inspiración divina de Henry, ya habían nacido la United Fruit Company y también Castle & Cook. Luego vendría la Dole, la Standard y otras. Entre todas transformaron países enteros en latifundios donde sembraban plátanos y otras frutas exóticas demandadas por el público norteamericano. Se arrasó con la tierra, con las formas de vida, con las personas y se configuraron los países en nombre de la agroexportación y de ese progreso insípido, inodoro e incoloro. Carreteras, puertos, caminos, leyes, monedas, comercios, subvenciones, embalses, títeres, ferrocarril, y represión, guerras y golpes de estado cuando hicieron falta. Toda la idiosincrasia de los pueblos prostituida en nombre del banano globalizador.
Fue precisamente en esas fincas donde se utilizaría en los años 70 el dibromo cloropropano (DBCP). Un producto químico peligroso que dejó a miles de personas enfermas y contaminó por años el medio ambiente. Su triste historia ha sido recabada por quién escribe estas palabras, en el libro “El parque de las hamacas”. El ensayo empieza con el prólogo del embajador nicaragüense en España, Augusto Zamora, que refleja la crudeza en la época de máximo esplendor del “republicanismo bananero”. Finaliza con un epílogo compuesto por una noticia fechada en noviembre de 2007, que anuncia la primera victoria judicial en Estados Unidos para nicaragüenses afectados. En medio los detalles, vicisitudes, alegrías y tristezas de un producto y de una época. Pero es sumamente curioso que, justo un siglo después de que Henry acuñara el inmortal término, afectados por el DBCP introdujeran una demanda en Estados Unidos que ganarían tres años después. La diferencia entre el prólogo y el epílogo es evidente. Cada uno representa una época y algo está cambiando ¿no creen?
Vistos los acontecimientos de los últimos años, sí, posiblemente algo esté cambiando. Estas empresas perdieron poder efectivo sobre los países y a la vez éstos, poco a poco, renunciaron ser el patio trasero de nadie. Aún así, también es muy cierto que si Henry pudiera resucitar y sentarse en su escritorio a la luz del candil, podría crear nuevas repúblicas para sus cuentos: “Las repúblicas sojeras”, “Las repúblicas independientes de los agrocombustibles”, “las repúblicas de la palma”, “las repúblicas eucalípticas”, “las repúblicas algodoneras” e incluso “la federación internacional de repúblicas modificadas genéticamente”. Tendría que limar la influencia de las agroexportadoras, otorgándola a terratenientes sin fronteras. También a monarcas y aristócratas horteras. Debería incorporar en sus historietas a la OMC, al FMI, mezclar bananos con tratados de libre comercio, ajustes y reajustes. Substituir dictaduras militares por democracias virtuales. En pocas palabras, le correspondería actualizarse.
Sin embargo, en lo que no debería hacer esfuerzo alguno (porque apenas ha cambiado en un siglo), es en comprender el papel de la tierra, del explotador y del humano del campo. Aún así, Henry difícilmente podría imaginar el actual exterminio planetario del agricultor tradicional. Menos un modelo que fuera globalmente más cruel y devastador que su “republicanismo bananero”, que permite especular con alimentos y que ha provocado 100 millones más de hambrientos. No podría comprender la velocidad con la que avanza la frontera agrícola, ni la impunidad reinante, ni la anuencia de la clase política. Casi que hubiera preferido no haberse levantado de su dulce morada, ahí dentro, calentito.