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Hasta hace poco, pobres de nosotros, éramos los
izquierdistas las víctimas de la talanquera, vulgo defección para el bando
contrario. A palos, a carcelazos, a exilios, a realazos, a halagos le caían
encima a nuestros cuadros más débiles hasta que brincaban hacia lo que ellos
creían el todo y resultaba la nada. Ni un solo tránsfuga encontró acomodo
dichoso en las filas de la reacción donde creyó ver la Tierra Prometida.
¿Sacaron dos o tres intelectuales que entregaron alma, vida y corazón a lo que
aborrecieron toda su vida algo más que una agregaduría insignificante, una
gacetilla efímera, un subsidio etílico, el desdén de los exquisitos que siempre
los despreciaron como bufones o como competidores cuya brillantez había de ser
opacada? La talanquera representó en esa época una profilaxis, una salud, que
regularmente limpiaba nuestras filas de quienes no debían estar en ellas.
Basta pensar en lo que hubiera significado que algunas
de las joyas que traicionaron a la izquierda hubieran llegado con ella al
poder.
2
Tanto tiempo consideramos la talanquera como un pasaje
de ida, que aún no nos acostumbramos a temerla como puerta de ingreso. En el
siglo pasado casi no habíamos izquierdistas. Éramos pocos, nos conocíamos y nos
conocían, todo el mundo nos despreciaba, nos insultaba, nos bloqueaba, nos
fichaba, nos vetaba, nos censuraba, nos ponía zancadillas. Bastó que una
victoria electoral convirtiera el socialismo en pasaporte hacia los grandes
cargos para que un tsunami de izquierdistas salidos de la nada nos ahogara.
¿Dónde estaban? ¿Qué hacían? ¿Dónde militaban? ¿Cómo surgieron? ¿Con cual
trayectoria? ¿Qué obras culminaron? ¿Qué organizaciones crearon? Hondos
misterios, que sólo la talanquera puede resolver. Si en las épocas duras
hubiéramos tenido tantos izquierdistas, habríamos tomado el poder hace medio
siglo. Pero para que llovieran progresistas fue indispensable que terminaran
los tiempos difíciles. Gracias a ello, nos diluvian socialistas banqueros,
extremistas privatizadores del agua, revolucionarios promotores de casinos,
patriotas partidarios de la entrega de la soberanía.
3
Digámoslo de una vez: la talanquera no es como antes.
Afanes, alarmas y preocupaciones llevaron a los bolivarianos a promulgar una
Ley Antitalanquera para que la gente no se fuera. Ante el triunfo inminente,
no se sabe si habrá que aplicarla para que la gente no entre. Si antes se
fugaban por ella alcalduchos con alforjas repletas de votos bolivarianos o
gobernadorcillos engordados por sufragios chavistas, ahora ingresan por ella
torrentes de seres inclasificables. A raudales entran matavotos que acaban con
la revolución exigiendo renovación interminable de trámites absurdos como el
RIF o el registro de Sencamer. Por la talanquera ascienden jueces que liberan
narcos o delincuente bancarios. Baila en ella quien durante diez años abominó
del bolivarianismo pero ahora vio la luz o una escalera de sufragios hacia su
próxima diputación en el odiado bando chavista. Mucho rabo de paja busca
venirse antes de que se lo incendien. Hace maromas sobre talanquera quien
proponía vender PDVSA y ahora trata de venderse él. Hay un candidato que copia
tanto emblemas y programas del adversario que ya no se sabe de qué lado está.
Diente roto y bate quebrado son los perfectos saltadores de talanquera: por lo
mismo que no son nada están en ninguna parte y en todas.
4
Según la
Escritura habrá más alegría por el Hijo Pródigo que regresa
que por el abnegado que se sacrificó por su deber. Pero cuidado: para regresar
hay que haber estado alguna vez. Y es de buen tono que el Pródigo traiga algo
distinto de una factura para que le paguen adelantado con alcaldía, embajada,
tribunal, gobernación, ministerio. La culpa no la tiene el voto, sino quien
negocia con él. Viene una avalancha de sufragios por el socialismo: que sirvan
para consolidarlo irreversiblemente.