“La lógica comunera ha sido el pivote
central para encarar la idea de revolución. Este espíritu de La Comuna ha estado rondando en los últimos tiempos las iniciativas de reflexión
de diferentes colectivos en el país. También en el escenario de las
formulaciones políticas se ha venido acumulando todo un activo que va desde la
figura de los “consejos comunales”, hasta el paquete de leyes que encuadran una
plataforma muy prometedora en el terreno del poder popular. Ello está indicando
que hay una agenda teórico-ideológica en curso y un proceso político emergente
que sirven de eco a esta reflexión”
RIGOBERTO LANZ
Comprender que los conceptos no son operativos
solamente en el terreno de la ideología y la teoría, sino principalmente en el
terreno concreto y en la composición de los imaginarios que hacen las luchas,
es dar el salto cualitativo al interior de la izquierda y es preparar las
condiciones para que desde hoy germine el porvenir en la apuesta con nuevas prácticas
de empoderamiento social.
Es un hecho real y concreto que desde que se inició en
Venezuela el Proceso Constituyente, en 1999, en el que por primera vez el Poder
Originario del Soberano fue convocado para elaborar, aprobar y hacer suya una
Constitución, se han conquistado nuevos espacios de participación popular que
han permitido la irrupción y consolidación de numerosas organizaciones
comunitarias. Luego, impulsadas por el gobierno nacional y con ánimo de
fortalecer esta plataforma de poder popular, la gente también comenzó a congregarse
en consejos comunales, comités de tierra urbana, mesas
técnicas de agua. El camino hacia las comunas en Venezuela sabemos que ya
tiene un recorrido, que viene dándose desde hace décadas (incluso siglos si
pensamos en los procesos de defensa de la tierra por parte de los pueblos
originarios), pero la territorialización de las luchas sociales (y su
correspondiente sistema de relaciones) tiene su momento cumbre de
multiplicación desde la toma de la presidencia de Hugo Chávez.
Estas organizaciones-movilizaciones han propiciado una
auténtica actividad democrática, participativa, deliberativa y protagónica,
avivadas desde un doble flujo: por un lado, el espacio físico donde se
desplazan-asientan-movilizan deja de ser considerada sólo como un medio de producción
o un asentamiento, sino, muy importante, un lugar de creación
político-cultural; y, por el otro, la nueva institucionalidad que, desde los
poderes públicos, asume el principio de cogestión y orienta sus políticas en
función del fortalecimiento del poder popular a través de una nueva geometría del poder.
Este impulso creativo debe buscar organizarse con
miras a constituir verdaderas comunas, en función de objetivos y formas
genuinos de luchas desde los mismos actores. Si decimos Comuna, evocamos luchas
populares, ímpetu y revolución, pero también articulación de prácticas
materiales y formas institucionales correspondientes bien tangibles.
Desde sus nuevos espacios, (comunidades indígenas,
localidades, barrios) los pobladores asientan no sólo un lugar para la sobrevivencia,
sino, como ya dijimos, un lugar de resistencia y creación político-cultural.
Desde quienes realizaron el éxodo por encontrar lugares inexpugnables desde
donde defenderse de la esclavitud, el genocidio o el aislamiento que les reservaba
la América Latina “civilizada” por el capitalismo. Todos realizaron un éxodo
que apuntaba a un doble sentido: sobrevivencia y re-congregación. Si bien estas migraciones ilustran en modo básico, pero muy
tangible, lo que son los procesos de cambio y transformación que experiencialmente
periplan los excluidos, todos significan, en palabras de Negri, “capacidad
constituyente”.