Por Juan Barreto Cipriani
Recuerdo
que era jueves como hoy, aquel día de 1999. El recién electo presidente, Hugo
Chávez, aún no había sido proclamado por el Congreso. Se encontraba en La
Viñeta organizando su gabinete. El anuncio de esa mañana fue: Alí Rodríguez
Araque para la cartera de energía.
En la
improvisada rueda de prensa que Mary Pili y yo organizamos, un corresponsal
ingles le preguntó al camarada recién nombrado ¿Cuál sería su primera medida?
Alí respondió que viajaría a Viena para convocar a la OPEP. El periodista
replicó: La OPEP está prácticamente paralizada, ¿Quiénes asistirán a una
hipotética reunión? El ministro respondió con su estilo, siempre mezcla de
amabilidad punzante con una suerte de sentido común que raya en el humor feroz.
"Asistirán los que se sientan convocados". Desmontando de este modo
cualquier piquete contenido en la pregunta.
Y es que,
en efecto la OPEP estaba en terapia intensiva. La cesta venezolana se
encontraba alrededor de los siete dólares por barril, mientras los costos
operativos por unidad estaban muy por encima. De manera que subsidiábamos el
petróleo que vendíamos afuera. “Honrar” los intereses de la deuda externa, se
tragaba el 26% del presupuesto anual y la pobreza abrazaba al 60% de la
población y el 30% habitaba el sótano de la pobreza extrema. Esa era la
herencia que nos dejaba la burguesía podrida de entonces, y que metamorfoseada
aún se exhibe todavía por los pasillos de la Asamblea Nacional.
Los
"expertos económicos" de Caldera habían acuñado una categoría aún más
nefasta: Estado de pobreza alarmante,
para calificar a aquellos que no contaban con casa, trabajo y salud. La
mortalidad infantil estaba entre las más altas de América Latina y el desempleo
rondaba los 18 puntos. Con este cuadro, el nuevo mandatario se estrenaba bajo
el manto de las mayores dificultades presentadas por el país durante la era
Puntofijista.
En días
recientes escuché a un connotado dirigente opositor, hablando de esta forma:
"Nosotros, los venezolanos, el país, rechazamos la situación actual…
Chávez dejó de lado la agenda social para imponerle al país una agenda
política". Enarbolando un discurso fundado desde la prepotencia excluyente
y clasista más oscura.
Recordé
entonces un discurso de Durruti, en respuesta a los franquistas, que pretendían
secuestrar a su patria bajo el lema: "Rescate del sagrado pueblo
español"; diciéndoles: "si, en efecto, ustedes entienden sagrado todo
aquello que les es útil. Todo aquello que ha sido acumulado, luego de haber
sido expoliada a los campesinos y trabajadores. Entienden por pueblo al alto
clero, a las cúpulas de empresarios y terratenientes, los que pretenden
eternizarse en el control de todo lo contrario a la dignidad y al
reconocimiento de los derechos colectivos de los humildes. Nosotros, porque, en
efecto hay un ustedes y un nosotros; somos la España que ha sido excluida y
postergada. Pero también, la que se ha insurreccionado, ha levantado la cabeza
para no bajarla jamás, a menos que le sea cortada. Para ustedes hay una sola
España, porque nunca reconocerán la vergüenza que implica la existencia de la
otra".
El
argumento de Durruti cabe en esta ocasión, como anillo a la medida, ante el
discurso "unificador" de los dirigentes de la Venezuela de los
privilegios Puntofijistas. Los que consumieron para sus fines, durante décadas,
la renta petrolera de todos; los que hicieron del país un paraíso para algunos,
los que añoran los tiempos en que ser pobre no sólo era una desgracia, sino
también una vergüenza, porque desde el poder se les trataba con desprecio.
Ellos, los arrogantes de siempre, los que creen que el pueblo es solamente una
referencia estadística, hoy quieren mostrarse como una opción para el país,
legítima y verdadera. Pero esto choca con un problema, un escollo más sólido
que la roca de un muro: Nosotros.