Autor: Freddy J. Melo
La reciente reunión de Unasur con su convincente resultado prefigura lo que será la organización soberana de los estados nuestramericanos, sin tutelajes, mandatos ni amos imperiales, sin complejos ni mentalidades de “patios traseros”. La anfictionía continental del Libertador, desnaturalizada desde el inicio por la felonía de los santanderes, dibuja su perfil constructor de patria grande y se inscribe como expresión de la época nueva que hoy se abre paso en nuestras latitudes. La fuerza de este renacer patriótico ha impactado, por supuesto, sobre la actual OEA y sacudido su habitual comportamiento de ministerio de colonias. Pero la conciencia histórica crecientemente acendrada de nuestros pueblos no puede olvidar lo que ha significado.
Desde 1948, cuando sustituye a la anterior entidad bastarda y se inaugura en coincidencia con el asesinato de Gaitán --con lo que comienza el alcahueteado martirio de Colombia--, hasta el actual despertar de la idea central bolivariana, la OEA no hizo otra cosa que cubrir las tropelías del “hermano mayor”. Santo Domingo, Granada y Haití vieron sobre sus territorios desplegarse marines, bombas y metralla; los presidentes desde el Río Bravo hasta el extremo sur recibieron la deferencia de ser casi siempre puestos e infaltablemente depuestos, cuando se salieron o intentaron salirse del carril, gracias a las confabulaciones washingtonianas; mercenarios vestidos de patriotas fueron reclutados, entrenados, ideologizados, armados y teledirigidos para caer sobre Guatemala, Cuba y Nicaragua, aunque en la empresa anticubana los maquinadores sufrieron su primera derrota en estos predios. Los recursos naturales y el trabajo semifeudalizado y superexplotado han sido el pago de tan excelentes servicios. En todos los casos trajeron como regalos civilizadores sus técnicos en dispensación de recetas económicas, y en casi todos completaron con sargentones entrenados en escuelas de torturas asimismo civilizadoras el mapa que ya habían sembrado de gómez, trujillos, stroessners, somozas y congéneres, hasta el momento en que prefirieron abrir un paréntesis de democracia made in USA, la buena, la de los betancoures y otros etcéteras, para quienes la calle como patrimonio policial, el disparar primero y averiguar después, la figura del desaparecido, el refinamiento en los métodos de “persuasión” y la inducida convicción del “enemigo interno” eran el pan de cada día, por lo que al fin les dio lo mismo tener un pinochet, un gorila argentino o un demócrata betancouriano. Y en ese transcurso ignominioso la OEA fungió de celestina impenitente, todos hicieron de avestruces y fue fácil el reino sobre los divididos.
La OEA de hoy no es exactamente igual, pero la permanencia en ella de alguien con intereses tan radicalmente opuestos a los de nuestros pueblos no merece ni puede obtener la confianza de éstos. Porque antes de la OEA presenció el siglo XX la desmembración canalera del territorio colombiano, las garras sobre las riquezas que las oligarquías domésticas estaban sin capacidad ni deseo de defender y numerosas incursiones en el Caribe y Centroamérica, amén de la siembra de las tiranías arriba mencionadas, de modo que lo visto nos habla de una centuria completa de agresión; condición que arranca del siglo XIX, durante el cual ocurren el cercenamiento de más de medio México, otras penetraciones rapaces en ámbitos centroamericanos y la guerra contra una España ya vencida, para robar la victoria a los patriotas cubanos, aherrojar a la heroica Isla martiana y apoderarse de Puerto Rico y otras posesiones del exhausto imperio ibérico; condición que se mantiene hoy con la aumentada peligrosidad de las fieras heridas y que vuelca su furia contra nuestros pueblos en lucha por justicia social y soberanía.
Nada de esto hubiese ocurrido de haber cristalizado la visión del Libertador, planteada para germinar en Panamá y traicionada al nacer por el desmesurado egoísmo y la minúscula conciencia de una clase que perdió toda posibilidad de hacer historia. Pero hoy, bien despierto en el corazón y la mente de los pueblos, es la hora, la verdadera hora de Bolívar, y esta jornada de Unasur es un testimonio de ello. Corresponde ahora un paso más, hacia la organización nuestramericana y en la mira estratégica del héroe. Un paso que fundamentalmente devendrá del impulso de los pueblos.
La reciente reunión de Unasur con su convincente resultado prefigura lo que será la organización soberana de los estados nuestramericanos, sin tutelajes, mandatos ni amos imperiales, sin complejos ni mentalidades de “patios traseros”. La anfictionía continental del Libertador, desnaturalizada desde el inicio por la felonía de los santanderes, dibuja su perfil constructor de patria grande y se inscribe como expresión de la época nueva que hoy se abre paso en nuestras latitudes. La fuerza de este renacer patriótico ha impactado, por supuesto, sobre la actual OEA y sacudido su habitual comportamiento de ministerio de colonias. Pero la conciencia histórica crecientemente acendrada de nuestros pueblos no puede olvidar lo que ha significado.
Desde 1948, cuando sustituye a la anterior entidad bastarda y se inaugura en coincidencia con el asesinato de Gaitán --con lo que comienza el alcahueteado martirio de Colombia--, hasta el actual despertar de la idea central bolivariana, la OEA no hizo otra cosa que cubrir las tropelías del “hermano mayor”. Santo Domingo, Granada y Haití vieron sobre sus territorios desplegarse marines, bombas y metralla; los presidentes desde el Río Bravo hasta el extremo sur recibieron la deferencia de ser casi siempre puestos e infaltablemente depuestos, cuando se salieron o intentaron salirse del carril, gracias a las confabulaciones washingtonianas; mercenarios vestidos de patriotas fueron reclutados, entrenados, ideologizados, armados y teledirigidos para caer sobre Guatemala, Cuba y Nicaragua, aunque en la empresa anticubana los maquinadores sufrieron su primera derrota en estos predios. Los recursos naturales y el trabajo semifeudalizado y superexplotado han sido el pago de tan excelentes servicios. En todos los casos trajeron como regalos civilizadores sus técnicos en dispensación de recetas económicas, y en casi todos completaron con sargentones entrenados en escuelas de torturas asimismo civilizadoras el mapa que ya habían sembrado de gómez, trujillos, stroessners, somozas y congéneres, hasta el momento en que prefirieron abrir un paréntesis de democracia made in USA, la buena, la de los betancoures y otros etcéteras, para quienes la calle como patrimonio policial, el disparar primero y averiguar después, la figura del desaparecido, el refinamiento en los métodos de “persuasión” y la inducida convicción del “enemigo interno” eran el pan de cada día, por lo que al fin les dio lo mismo tener un pinochet, un gorila argentino o un demócrata betancouriano. Y en ese transcurso ignominioso la OEA fungió de celestina impenitente, todos hicieron de avestruces y fue fácil el reino sobre los divididos.
La OEA de hoy no es exactamente igual, pero la permanencia en ella de alguien con intereses tan radicalmente opuestos a los de nuestros pueblos no merece ni puede obtener la confianza de éstos. Porque antes de la OEA presenció el siglo XX la desmembración canalera del territorio colombiano, las garras sobre las riquezas que las oligarquías domésticas estaban sin capacidad ni deseo de defender y numerosas incursiones en el Caribe y Centroamérica, amén de la siembra de las tiranías arriba mencionadas, de modo que lo visto nos habla de una centuria completa de agresión; condición que arranca del siglo XIX, durante el cual ocurren el cercenamiento de más de medio México, otras penetraciones rapaces en ámbitos centroamericanos y la guerra contra una España ya vencida, para robar la victoria a los patriotas cubanos, aherrojar a la heroica Isla martiana y apoderarse de Puerto Rico y otras posesiones del exhausto imperio ibérico; condición que se mantiene hoy con la aumentada peligrosidad de las fieras heridas y que vuelca su furia contra nuestros pueblos en lucha por justicia social y soberanía.
Nada de esto hubiese ocurrido de haber cristalizado la visión del Libertador, planteada para germinar en Panamá y traicionada al nacer por el desmesurado egoísmo y la minúscula conciencia de una clase que perdió toda posibilidad de hacer historia. Pero hoy, bien despierto en el corazón y la mente de los pueblos, es la hora, la verdadera hora de Bolívar, y esta jornada de Unasur es un testimonio de ello. Corresponde ahora un paso más, hacia la organización nuestramericana y en la mira estratégica del héroe. Un paso que fundamentalmente devendrá del impulso de los pueblos.