Condición de hierro
Autor Freddy Melo freddyjmelo@yahoo.es
El gran problema de la oposición, tanto en la escala mundial como en la interna --cuántas veces ha sido preciso decirlo--, es el de no poder salirse del ámbito de la mentira, pues hasta cuando maneja verdades éstas van inevitablemente inscritas en un espacio mayor de falsedad. Es una condición de hierro presente en la historia desde la división de la sociedad en clases, obligados los sectores dominantes a tejer leyendas justificativas de los privilegios creados a partir del despojo de las mayorías, y a construir modos de pensar y actuar que a través de mil efectos mediatizadores pasan a ser de corriente o general aceptación, pero sin poder evitar que ojos zahoríes descubran, denuncien y forjen las materias primas conceptuales, cada vez más perspicaces, de las luchas sociales.
La primera falsedad fundamental se refiere al Estado. Nacido como aparato de violencia organizada al servicio de grupos que, en virtud de ciertas posiciones y ventajas, progresivamente se apoderaron de los medios de producción antes comunes para someter a esclavitud a hombres y mujeres provenientes de antiguas relaciones de igualdad, se lo fue vistiendo de ente equilibrador y suprasocial, destinado a velar por todos y de mandato originalmente divino, luego amparado en urdimbres filosóficas, jurídicas, científicas y demás. Claro, hay serios problemas en una sociedad y ese ente viene al pelo para ocuparse de ellos. Así se ha pretendido encubrir su esencia y hacer pasar la división en clases como natural, unos pocos con derecho consustancial al privilegio, es decir, a explotar y oprimir, otros muchos con obligación de entregar su fuerza de trabajo en calidad esclava, servil o asalariada. Y de esa manera se puede negar y calumniar a quienes han penetrado en la trama y puesto en evidencia su carácter, Carlos Marx en primer término.
Como he escrito en otra ocasión, el gran maestro revolucionario al examinar la naturaleza del Estado usó en calidad de categoría sociológica la expresión “dictadura de clase” para designarlo: así, en sucesión histórica, el Estado esclavista fue la dictadura de clase de los dueños de esclavos y el Estado feudal la dictadura de clase de los señores feudales, en tanto que el Estado burgués o capitalista es la dictadura de clase de la burguesía: siempre la hegemonía de una minoría sobre la mayoría. Este análisis, junto con la experiencia de la Comuna de París, llevó a Marx a la conclusión científica de que el Estado que surgiría del derrumbamiento del capitalismo, y que por vez primera en la historia colocaría a la mayoría sobre la minoría, vendría a ser la expresión hegemónica de los trabajadores explotados, la “dictadura del proletariado”, la cual sería la forma más democrática posible de Estado y tendría un carácter transitorio. El proletariado, al liberar el trabajo de la forma alienante de la explotación y por ende liberarse a sí mismo, liberaría al mismo tiempo a todos los seres humanos, hasta llegar a la extinción de la división en clases y del propio Estado y al autogobierno de la sociedad. Ese análisis pone de igual modo en evidencia que el Estado se expresa políticamente en formas cambiantes de gobierno: si bien es siempre una dictadura de clase, es decir, expresa los intereses de un sector social dominante, las formas de gobierno con las cuales ejerce su acción política pueden ser democráticas en grado variable (y siempre clasistamente limitadas) o dictatoriales en grado variable, según las relaciones de fuerza y las condiciones históricas; el término “dictadura” en ese sentido es el que comúnmente se maneja y ha creado la confusión por la cual se identifica la dictadura del proletariado con una vulgar dictadura de gobierno, confusión en la que coincidieron los teóricos burgueses, por lógicos intereses de clase, y los estalinistas, por interés de la deformación dictatorial-personalista y partidista-burocrática que al final fue factor fundamental del derrumbe de la Unión Soviética.
Visto ese antecedente crucial, ¿cómo no entender que toda política de clase explotadora --en nuestro caso el bloque imperialista-oligárquico--, tiene que mentir? Pues no puede confesar su interés egoísta, que no es el de plantearse la búsqueda de la libertad auténtica, asentada en la extinción de la división en clases, sino el de mantener intangible el orden inhumano existente.
Autor Freddy Melo freddyjmelo@yahoo.es
El gran problema de la oposición, tanto en la escala mundial como en la interna --cuántas veces ha sido preciso decirlo--, es el de no poder salirse del ámbito de la mentira, pues hasta cuando maneja verdades éstas van inevitablemente inscritas en un espacio mayor de falsedad. Es una condición de hierro presente en la historia desde la división de la sociedad en clases, obligados los sectores dominantes a tejer leyendas justificativas de los privilegios creados a partir del despojo de las mayorías, y a construir modos de pensar y actuar que a través de mil efectos mediatizadores pasan a ser de corriente o general aceptación, pero sin poder evitar que ojos zahoríes descubran, denuncien y forjen las materias primas conceptuales, cada vez más perspicaces, de las luchas sociales.
La primera falsedad fundamental se refiere al Estado. Nacido como aparato de violencia organizada al servicio de grupos que, en virtud de ciertas posiciones y ventajas, progresivamente se apoderaron de los medios de producción antes comunes para someter a esclavitud a hombres y mujeres provenientes de antiguas relaciones de igualdad, se lo fue vistiendo de ente equilibrador y suprasocial, destinado a velar por todos y de mandato originalmente divino, luego amparado en urdimbres filosóficas, jurídicas, científicas y demás. Claro, hay serios problemas en una sociedad y ese ente viene al pelo para ocuparse de ellos. Así se ha pretendido encubrir su esencia y hacer pasar la división en clases como natural, unos pocos con derecho consustancial al privilegio, es decir, a explotar y oprimir, otros muchos con obligación de entregar su fuerza de trabajo en calidad esclava, servil o asalariada. Y de esa manera se puede negar y calumniar a quienes han penetrado en la trama y puesto en evidencia su carácter, Carlos Marx en primer término.
Como he escrito en otra ocasión, el gran maestro revolucionario al examinar la naturaleza del Estado usó en calidad de categoría sociológica la expresión “dictadura de clase” para designarlo: así, en sucesión histórica, el Estado esclavista fue la dictadura de clase de los dueños de esclavos y el Estado feudal la dictadura de clase de los señores feudales, en tanto que el Estado burgués o capitalista es la dictadura de clase de la burguesía: siempre la hegemonía de una minoría sobre la mayoría. Este análisis, junto con la experiencia de la Comuna de París, llevó a Marx a la conclusión científica de que el Estado que surgiría del derrumbamiento del capitalismo, y que por vez primera en la historia colocaría a la mayoría sobre la minoría, vendría a ser la expresión hegemónica de los trabajadores explotados, la “dictadura del proletariado”, la cual sería la forma más democrática posible de Estado y tendría un carácter transitorio. El proletariado, al liberar el trabajo de la forma alienante de la explotación y por ende liberarse a sí mismo, liberaría al mismo tiempo a todos los seres humanos, hasta llegar a la extinción de la división en clases y del propio Estado y al autogobierno de la sociedad. Ese análisis pone de igual modo en evidencia que el Estado se expresa políticamente en formas cambiantes de gobierno: si bien es siempre una dictadura de clase, es decir, expresa los intereses de un sector social dominante, las formas de gobierno con las cuales ejerce su acción política pueden ser democráticas en grado variable (y siempre clasistamente limitadas) o dictatoriales en grado variable, según las relaciones de fuerza y las condiciones históricas; el término “dictadura” en ese sentido es el que comúnmente se maneja y ha creado la confusión por la cual se identifica la dictadura del proletariado con una vulgar dictadura de gobierno, confusión en la que coincidieron los teóricos burgueses, por lógicos intereses de clase, y los estalinistas, por interés de la deformación dictatorial-personalista y partidista-burocrática que al final fue factor fundamental del derrumbe de la Unión Soviética.
Visto ese antecedente crucial, ¿cómo no entender que toda política de clase explotadora --en nuestro caso el bloque imperialista-oligárquico--, tiene que mentir? Pues no puede confesar su interés egoísta, que no es el de plantearse la búsqueda de la libertad auténtica, asentada en la extinción de la división en clases, sino el de mantener intangible el orden inhumano existente.