Autor: Freddy J. Melo freddyjmelo@yahoo.es
Acaba de ser frustrada la expresión más reciente del plan B, concebida en criminalidad mayor y bajo la obsesión del magnicidio. La tragedia histórica que resultaría de ese hecho, el hundimiento del país en una interminable espiral de violencia y sangre, es precio pagable para las enloquecidas mentes del fascismo, las del Norte que lo ordenan todo confiando en recobrar la neocolonia y las de adentro que abren las compuertas y se preparan para ver a los otros matándose,
esperando que los excluidores vuelvan a subreinar bajo protectorado del imperio.
Ninguna novedad supone lo ocurrido, pues todos conocemos la doblez de una oposición en la cual en última instancia se imponen los ultras y que asume status legal sólo cuando puede favorecerla. La minivictoria de diciembre había dado alas a sus sectores semidemocráticos (semi porque se limitan al aspecto político) y abierto un amplio espacio de participación electoral, pero la creciente convicción de la derrota en perspectiva fue tornando las cartas a manos de la contra rabiosa y poniendo en primer plano el golpe, a desencadenarse, como edición corregida y aumentada del de abril y con buena parte de los mismos actores, antes de la fecha comicial. Sólo que esta vez la previsión de la revolución se le adelantó y tendrá que tascar el freno.
La tozudez de esta gente lo obliga a uno a incidir sobre los mismos tópicos. Vale lo que ya se ha escrito. Por ejemplo, autocitándome: “Igual que en las ocasiones precedentes la oposición juega a los dos planes archisabidos, aunque es dable ver, y justo reconocer, un ascenso en el sector que trata de zafarse del fascismo. Claro, la compañía con la que ha caminado tanto tiempo no ha sido inocua y su huella puede vislumbrarse a cada paso. ¿Hasta dónde tal sector podrá mantener su autonomía? Porque el plan B está moviendo sus peones inquietantes, ahora bajo el apremio de la salida de escena del señor Bush, quien fue puesto allí para asegurarle al ‘poder invisible’ que el XXI sea ‘un nuevo siglo americano’, y las cuentas que entrega, en medio de una orgía de sangre, bandidaje, latrocinio, violación de derechos ajenos y cercenamiento de los de sus propios conciudadanos, son las de que el imperio hace aguas por todos lados y en forma que parece incontenible. La desesperación de ese césar sin cerebro pero con perversión ilimitada, lo lleva a querer llevarse consigo, entre otros huesos duros, a la revolución bolivariana” (“El plan B”).
Desde luego, acicateado por la avidez del petróleo y los recursos minerales, hídricos y biológicos de Venezuela, pero sobre todo por el temor a nuestro mayor bien histórico: la capacidad hoy reencontrada para iluminar los caminos de Nuestra América con el pensamiento y la espada de Bolívar, a fin de que su idea madre, la unidad en patria grande y justa para alcanzar felicidad posible y dignidad, sea convertida en fuerza material libertadora por las multitudes. Y eso ya está andando, señores, no podrán revertir el proceso.
Con similar furia imperialistas y cipayos están agrediendo a Bolivia, la hermana dilecta asentada en el corazón del Continente, y lanzan dardos contra los diversos gobiernos progresistas que están representando en él un cambio de época, según preciso decir de Rafael Correa. Sin hablar de la heroica Cuba, que lleva media centuria resistiendo y sigue y seguirá invicta, porque a su pueblo, incomparablemente consciente y organizado, no lo doblegan huracanes, meteorológicos ni de ninguna otra especie. Un signo de esta época nueva es la solidaridad, que precisamente Cuba ha tremolado como una bandera y ahora está en las manos y el corazón de todos. Gracias a ella Bolivia no está sola, tampoco nuestro país, tampoco las demás repúblicas hermanas.
En cuanto a nosotros, cierro con otra autocita: “Una cosa son los planes, propósitos y deseos y otra la funcionalidad de los mismos. Porque no se juega solo: del otro lado está el pueblo de Venezuela, amasado en arcilla de libertadores, abroquelado en la unidad cívico-militar, dirigido por un líder de excepción y sostenido por la admiración y la solidaridad de todos los pueblos y no pocos gobiernos del planeta. ¡Dios libre de la ira popular a quienes pretendan incendiar nuestra patria!” (“Heraldos Negros”).
Acaba de ser frustrada la expresión más reciente del plan B, concebida en criminalidad mayor y bajo la obsesión del magnicidio. La tragedia histórica que resultaría de ese hecho, el hundimiento del país en una interminable espiral de violencia y sangre, es precio pagable para las enloquecidas mentes del fascismo, las del Norte que lo ordenan todo confiando en recobrar la neocolonia y las de adentro que abren las compuertas y se preparan para ver a los otros matándose,
esperando que los excluidores vuelvan a subreinar bajo protectorado del imperio.
Ninguna novedad supone lo ocurrido, pues todos conocemos la doblez de una oposición en la cual en última instancia se imponen los ultras y que asume status legal sólo cuando puede favorecerla. La minivictoria de diciembre había dado alas a sus sectores semidemocráticos (semi porque se limitan al aspecto político) y abierto un amplio espacio de participación electoral, pero la creciente convicción de la derrota en perspectiva fue tornando las cartas a manos de la contra rabiosa y poniendo en primer plano el golpe, a desencadenarse, como edición corregida y aumentada del de abril y con buena parte de los mismos actores, antes de la fecha comicial. Sólo que esta vez la previsión de la revolución se le adelantó y tendrá que tascar el freno.
La tozudez de esta gente lo obliga a uno a incidir sobre los mismos tópicos. Vale lo que ya se ha escrito. Por ejemplo, autocitándome: “Igual que en las ocasiones precedentes la oposición juega a los dos planes archisabidos, aunque es dable ver, y justo reconocer, un ascenso en el sector que trata de zafarse del fascismo. Claro, la compañía con la que ha caminado tanto tiempo no ha sido inocua y su huella puede vislumbrarse a cada paso. ¿Hasta dónde tal sector podrá mantener su autonomía? Porque el plan B está moviendo sus peones inquietantes, ahora bajo el apremio de la salida de escena del señor Bush, quien fue puesto allí para asegurarle al ‘poder invisible’ que el XXI sea ‘un nuevo siglo americano’, y las cuentas que entrega, en medio de una orgía de sangre, bandidaje, latrocinio, violación de derechos ajenos y cercenamiento de los de sus propios conciudadanos, son las de que el imperio hace aguas por todos lados y en forma que parece incontenible. La desesperación de ese césar sin cerebro pero con perversión ilimitada, lo lleva a querer llevarse consigo, entre otros huesos duros, a la revolución bolivariana” (“El plan B”).
Desde luego, acicateado por la avidez del petróleo y los recursos minerales, hídricos y biológicos de Venezuela, pero sobre todo por el temor a nuestro mayor bien histórico: la capacidad hoy reencontrada para iluminar los caminos de Nuestra América con el pensamiento y la espada de Bolívar, a fin de que su idea madre, la unidad en patria grande y justa para alcanzar felicidad posible y dignidad, sea convertida en fuerza material libertadora por las multitudes. Y eso ya está andando, señores, no podrán revertir el proceso.
Con similar furia imperialistas y cipayos están agrediendo a Bolivia, la hermana dilecta asentada en el corazón del Continente, y lanzan dardos contra los diversos gobiernos progresistas que están representando en él un cambio de época, según preciso decir de Rafael Correa. Sin hablar de la heroica Cuba, que lleva media centuria resistiendo y sigue y seguirá invicta, porque a su pueblo, incomparablemente consciente y organizado, no lo doblegan huracanes, meteorológicos ni de ninguna otra especie. Un signo de esta época nueva es la solidaridad, que precisamente Cuba ha tremolado como una bandera y ahora está en las manos y el corazón de todos. Gracias a ella Bolivia no está sola, tampoco nuestro país, tampoco las demás repúblicas hermanas.
En cuanto a nosotros, cierro con otra autocita: “Una cosa son los planes, propósitos y deseos y otra la funcionalidad de los mismos. Porque no se juega solo: del otro lado está el pueblo de Venezuela, amasado en arcilla de libertadores, abroquelado en la unidad cívico-militar, dirigido por un líder de excepción y sostenido por la admiración y la solidaridad de todos los pueblos y no pocos gobiernos del planeta. ¡Dios libre de la ira popular a quienes pretendan incendiar nuestra patria!” (“Heraldos Negros”).