La última estrofa de Bolívar
Autor: Freddy J. Melo freddyjmelo@yahoo.es
El 30 de octubre de 1950 Pedro Albizu Campos y grupos de valientes se alzaron en el poblado de Jayuya y otras localidades puertorriqueñas –con incursión también en el Congreso de Washington--, llamando a sus compatriotas a la lucha armada contra el proyecto del Estado Libre Asociado (ELA) y en pro de la independencia de la Isla dolorosa, que del imperio español pasó al norteamericano como botín de guerra cuando moría el siglo XIX. La España de arrogancia ultramarina, que entre reverberaciones de “gloria roja” y hartazgos de riqueza ajena había ensanchado sus fronteras hasta donde no se ponía el sol, se hallaba en ese fin de centuria deshecha por décadas de combates y derrotas y sus últimas fuerzas estaban a punto de extinguirse ante los machetes de los mambises cubanos y de los combatientes caribeños que los acompañaban. Sería una victoria de la que emergerían soberanas las Antillas mayor y menor, según las previsiones de sus líderes y el sello de la sangre derramada en común. Victoria que nunca pudo darse, porque sobre esa España a punto de caer, y con toda la desvergüenza y villanía depredadora que el mundo empezaría a conocerle, se lanzó el nuevo poder imperialista, sediento de materias primas, mercados para sus productos, áreas de inversión de capitales y territorios estratégicos en función del ambicionado dominio de todo el Continente. La insurrección nacionalista de Albizu, destrozada y culminada en muerte y cárcel, buscaba, además de tocar el alma de su pueblo, romper la conspiración del silencio sobre la tragedia del país y dar continuidad al Grito de Lares, que lanzara el 23 de septiembre de 1868, unos días antes del de Yara cubano, Ramón Emeterio Betances, reconocido como Padre de la Patria borincana. Contra ese silencio sumo mi susurro.
La tragedia se dice fácil. En quinientos años largos de existencia, a partir de cuando los taínos fueron despojados de su tierra y diezmados, el pueblo multiétnico y mestizo formado allí, sensible, capaz y creativo, no ha vivido un solo día de historia propia. Bajo el signo de la explotación colonial clásica, apenas disimulada, USA controla, según el Partido Independentista (PIP) y hasta el ELA: “Servicio Militar Obligatorio; Defensa; tarifa; comercio extranjero; moneda; embarque de mercancías; navegación interna y externa; comunicaciones internas y externas; ciudadanía y nacionalidad; inmigración y emigración; tierra; espacios aéreos; límites marítimos y guardacostas; tratados; patentes; bosques; monopolios; puertos; minerales; leyes y procedimientos laborales y de salario mínimo”. Su deuda pública es “la mayor per cápita del mundo” y su territorio “un arsenal de bases nucleares”. Desde el desembarco (25/7/898) la Isla ha conocido, en sucesión: Dictadura militar los dos primeros años; Gobierno civil con gobernador y juez supremo nombrados por el presidente norteño (usenses hasta 1944, cuando es designado primer gobernador nativo Jesús T. Piñero, como si gringo), más un Legislativo bicameral restringido a propietarios bilingües y sujeto a veto imperial; elección del gobernador (1948), siendo el primero el domesticado Luis Muñoz Marín; “Estado Libre Asociado”, engendro muñocista instaurado en 1952, que no es ninguna de las tres cosas sino un hábil enmascaramiento del status colonial: otorga derecho a una constitución y a la elección popular de gobernador y parlamentarios, entrega algunos servicios, pero mantiene y asegura la subordinación a la voluntad de la Casa Blanca.
Los puertorriqueños han peleado y la represión ha sido brutal, como lo testimonian las masacres, asesinatos selectivos (último conocido el de Filiberto Ojeda Ríos, 23 de septiembre de 2005, fecha conmemorativa del Grito de Lares), persecuciones y prisión de miles de combatientes, cuyos nombres pueden representarse en el de una mujer, Lolita Lebrón, y un hombre, Pedro Albizu Campos. Éste, madera de Martí y de Sandino (“la independencia no se discute, se hace”), aspiraba a “escribir la última estrofa de Bolívar” (al pueblo tocará hacerlo) y sostuvo la antorcha independentista hasta morir, el 21 de abril de 1965, en fin adelantado por casi veinticinco años alternos de cárcel y trato infamante (léase tortura). Algunos triunfos han sido alcanzados, v.gr. la recuperación de la isla de Vieques por acción de masas, la Resolución 1514 de la ONU (14/12/960), apreciada como “Carta Magna de la descolonización”, y, sobre todo, el haberse sobrepuesto a la política de asimilación y preservado la condición nuestramericana.
Las siguientes líneas del gran Albizu deben ser profusamente difundidas: “EE.UU. tiene el baldón de ser la única nación del mundo que hizo una guerra a sangre fría para desarrollar la esclavitud. Le robó a México más de la mitad de su territorio. Allí no existía la esclavitud y con la invasión se la instituyó en el territorio robado. Los panegiristas puertorriqueños de la Constitución (C) yanqui no ignoran que ésta, desde el punto de vista sociológico, de la dignidad humana y de los derechos del hombre, es un documento sin ningún valor, porque en él se consignaba expresamente la esclavitud y se dividía a los hombres entre libres y esclavos. La confusión de nuestros paisanos ha venido, a mi juicio, de no distinguir entre la C y la Declaración de Independencia (DI). Ésta declara a todos los hombres libres e iguales; pero la C, que es el derecho positivo, los declara libres y esclavos. De ahí parte el hecho cierto de que en EE.UU. el anuncio siempre es superior a la mercadería. El anuncio de la C es la DI, que es un documento sublime, pero que nunca se convirtió en ley. Lo que se convirtió en ley fue la C, que era una porquería política y un insulto a la DI. Cuando los yanquis se quieren defender, reproducen la DI: ‘Nosotros, los hermanos de la democracia”, etc. Eso lo dice la DI, que no es ley: la C dice todo lo contrario: ‘Aquí hay blancos y negros; libres y esclavos. Y los esclavos se contarán para los fines representativos solamente; y para ello un esclavo negro tendrá el valor de 2/3 partes de un hombre blanco’. Lo dice la constitución de los EE.UU”.
En Puerto Rico, paraíso de consorcios yanquis, hoy el ELA hace aguas, la estatidad recibe el repudio de la gran mayoría y las conciencias nacional y social, avivadas por el desarrollo de la clase obrera, crecen y avanzan hacia la convergencia, según percepciones del Partido Socialista, el notable revolucionario Juan Mari Bras y muchos otros grupos y personalidades, quienes también sostienen que la independencia es la única posibilidad de solución a la crisis histórica y ya no puede advenir sino mediante la superación del capitalismo. Parece haber juego trancado, pero…
Autor: Freddy J. Melo freddyjmelo@yahoo.es
El 30 de octubre de 1950 Pedro Albizu Campos y grupos de valientes se alzaron en el poblado de Jayuya y otras localidades puertorriqueñas –con incursión también en el Congreso de Washington--, llamando a sus compatriotas a la lucha armada contra el proyecto del Estado Libre Asociado (ELA) y en pro de la independencia de la Isla dolorosa, que del imperio español pasó al norteamericano como botín de guerra cuando moría el siglo XIX. La España de arrogancia ultramarina, que entre reverberaciones de “gloria roja” y hartazgos de riqueza ajena había ensanchado sus fronteras hasta donde no se ponía el sol, se hallaba en ese fin de centuria deshecha por décadas de combates y derrotas y sus últimas fuerzas estaban a punto de extinguirse ante los machetes de los mambises cubanos y de los combatientes caribeños que los acompañaban. Sería una victoria de la que emergerían soberanas las Antillas mayor y menor, según las previsiones de sus líderes y el sello de la sangre derramada en común. Victoria que nunca pudo darse, porque sobre esa España a punto de caer, y con toda la desvergüenza y villanía depredadora que el mundo empezaría a conocerle, se lanzó el nuevo poder imperialista, sediento de materias primas, mercados para sus productos, áreas de inversión de capitales y territorios estratégicos en función del ambicionado dominio de todo el Continente. La insurrección nacionalista de Albizu, destrozada y culminada en muerte y cárcel, buscaba, además de tocar el alma de su pueblo, romper la conspiración del silencio sobre la tragedia del país y dar continuidad al Grito de Lares, que lanzara el 23 de septiembre de 1868, unos días antes del de Yara cubano, Ramón Emeterio Betances, reconocido como Padre de la Patria borincana. Contra ese silencio sumo mi susurro.
La tragedia se dice fácil. En quinientos años largos de existencia, a partir de cuando los taínos fueron despojados de su tierra y diezmados, el pueblo multiétnico y mestizo formado allí, sensible, capaz y creativo, no ha vivido un solo día de historia propia. Bajo el signo de la explotación colonial clásica, apenas disimulada, USA controla, según el Partido Independentista (PIP) y hasta el ELA: “Servicio Militar Obligatorio; Defensa; tarifa; comercio extranjero; moneda; embarque de mercancías; navegación interna y externa; comunicaciones internas y externas; ciudadanía y nacionalidad; inmigración y emigración; tierra; espacios aéreos; límites marítimos y guardacostas; tratados; patentes; bosques; monopolios; puertos; minerales; leyes y procedimientos laborales y de salario mínimo”. Su deuda pública es “la mayor per cápita del mundo” y su territorio “un arsenal de bases nucleares”. Desde el desembarco (25/7/898) la Isla ha conocido, en sucesión: Dictadura militar los dos primeros años; Gobierno civil con gobernador y juez supremo nombrados por el presidente norteño (usenses hasta 1944, cuando es designado primer gobernador nativo Jesús T. Piñero, como si gringo), más un Legislativo bicameral restringido a propietarios bilingües y sujeto a veto imperial; elección del gobernador (1948), siendo el primero el domesticado Luis Muñoz Marín; “Estado Libre Asociado”, engendro muñocista instaurado en 1952, que no es ninguna de las tres cosas sino un hábil enmascaramiento del status colonial: otorga derecho a una constitución y a la elección popular de gobernador y parlamentarios, entrega algunos servicios, pero mantiene y asegura la subordinación a la voluntad de la Casa Blanca.
Los puertorriqueños han peleado y la represión ha sido brutal, como lo testimonian las masacres, asesinatos selectivos (último conocido el de Filiberto Ojeda Ríos, 23 de septiembre de 2005, fecha conmemorativa del Grito de Lares), persecuciones y prisión de miles de combatientes, cuyos nombres pueden representarse en el de una mujer, Lolita Lebrón, y un hombre, Pedro Albizu Campos. Éste, madera de Martí y de Sandino (“la independencia no se discute, se hace”), aspiraba a “escribir la última estrofa de Bolívar” (al pueblo tocará hacerlo) y sostuvo la antorcha independentista hasta morir, el 21 de abril de 1965, en fin adelantado por casi veinticinco años alternos de cárcel y trato infamante (léase tortura). Algunos triunfos han sido alcanzados, v.gr. la recuperación de la isla de Vieques por acción de masas, la Resolución 1514 de la ONU (14/12/960), apreciada como “Carta Magna de la descolonización”, y, sobre todo, el haberse sobrepuesto a la política de asimilación y preservado la condición nuestramericana.
Las siguientes líneas del gran Albizu deben ser profusamente difundidas: “EE.UU. tiene el baldón de ser la única nación del mundo que hizo una guerra a sangre fría para desarrollar la esclavitud. Le robó a México más de la mitad de su territorio. Allí no existía la esclavitud y con la invasión se la instituyó en el territorio robado. Los panegiristas puertorriqueños de la Constitución (C) yanqui no ignoran que ésta, desde el punto de vista sociológico, de la dignidad humana y de los derechos del hombre, es un documento sin ningún valor, porque en él se consignaba expresamente la esclavitud y se dividía a los hombres entre libres y esclavos. La confusión de nuestros paisanos ha venido, a mi juicio, de no distinguir entre la C y la Declaración de Independencia (DI). Ésta declara a todos los hombres libres e iguales; pero la C, que es el derecho positivo, los declara libres y esclavos. De ahí parte el hecho cierto de que en EE.UU. el anuncio siempre es superior a la mercadería. El anuncio de la C es la DI, que es un documento sublime, pero que nunca se convirtió en ley. Lo que se convirtió en ley fue la C, que era una porquería política y un insulto a la DI. Cuando los yanquis se quieren defender, reproducen la DI: ‘Nosotros, los hermanos de la democracia”, etc. Eso lo dice la DI, que no es ley: la C dice todo lo contrario: ‘Aquí hay blancos y negros; libres y esclavos. Y los esclavos se contarán para los fines representativos solamente; y para ello un esclavo negro tendrá el valor de 2/3 partes de un hombre blanco’. Lo dice la constitución de los EE.UU”.
En Puerto Rico, paraíso de consorcios yanquis, hoy el ELA hace aguas, la estatidad recibe el repudio de la gran mayoría y las conciencias nacional y social, avivadas por el desarrollo de la clase obrera, crecen y avanzan hacia la convergencia, según percepciones del Partido Socialista, el notable revolucionario Juan Mari Bras y muchos otros grupos y personalidades, quienes también sostienen que la independencia es la única posibilidad de solución a la crisis histórica y ya no puede advenir sino mediante la superación del capitalismo. Parece haber juego trancado, pero…