Los puentes
Freddy J. Melo
José Vicente Rangel, venezolano de excepción, firme fiscal del pueblo en la lucha contra la represión puntofijista, presente siempre con acciones y luces en el lado izquierdo del combate social y, en consecuencia, militante y factor eminente del proceso revolucionario bolivariano, ha llamado al presidente Chávez y a su entorno partidario a “tender puentes” y abrir un diálogo con la oposición. Coincidentemente, y sin que ello dé a nadie derecho para deslizar algún asomo de duda en cuanto a la rectilínea intención de aquel llamamiento, de los diversos centros opositores surgieron planteamientos parecidos, y todo el complejo mediático empezó a cantar al unísono y sin la menor variación en el acostumbrado tono monocorde. La carga de incredibilidad que se ha convertido en marca característica de todo pronunciamiento opositor, y que ese tono puso inmediatamente de relieve, arruinó de inicio cualquier exploración en el camino propuesto. De casi todos los sectores del bolivarianismo han surgido las voces del rechazo, no al diálogo en sí, sino a la dudosa entidad y desembozada impertinencia de los interlocutores de enfrente. Por su parte, el Presidente ha mostrado en todo momento su disposición a dialogar, pero no en los términos cupulares de antes ni con los intereses del pueblo en juego.
Veamos algunos decires de allá: “unámonos y olvidemos las diferencias”; “victoria pírrica, ventajismo”; “ganó el sí, pero, ¿ganó Venezuela?”; “el país está dividido en dos grandes toletes, hay que gobernar para todos”; “el chavismo busca lograr la victoria política de un sector sobre el otro”; “el proyecto es sólo de una parte, que intenta prevalecer”; “queremos una propuesta donde todos nos sintamos incluidos”; “el puntofijismo procuraba la maximización del consenso, el chavismo procura maximizar el conflicto”, etc.
Estas expresiones muestran el punto de vista de clase dominante que las profiere, su alcance reduccionista y falaz erosiona cualquier posibilidad de tender puentes. Esos señores se sienten Venezuela. La victoria de la mayoría popular en función de sí misma no es válida, lo es únicamente cuando esa mayoría vota alienada a favor de ellos. Sólo así funciona su democracia. ¿Cuándo gobernaron para todos? Fijémonos nada más en el cuadragenio que añoran: sus gobiernos no fueron otra cosa que gerencia a cuenta de la oligarquía tradicional reciclada, la burguesía neocolonial y el imperialismo yanqui, en tanto el pueblo se hundía en abismos de pobreza general y crítica, ignorancia, exclusión y desesperanza. Su “proyecto” era el que imponían Washington y sus agentes. ¿Maximizar el consenso? ¿Es eso lo que significan las torturas y los asesinatos en los teatros de operaciones y en los descampados, las desapariciones, las calles para las policías y el disparar primero y averiguar después? ¿Es así como se llegó a la búsqueda de desperdicios para alimentarse, a los niños que comían perrarina, a la desesperación que produjo el Caracazo? ¿Olvidar las diferencias? Es decir, ¿no luchar por resolver los problemas sociales, no pelear por suprimir la alienación y la explotación del hombre por el hombre, no plantearse la superación de la división clasista de la sociedad? ¿Somos dos “toletes”? Es así en lo formal y esa situación puede y debe ser superada. Pero en lo esencial lo que hay es una ínfima minoría que vive del trabajo de la inmensa mayoría, y ésta, que padece en una buena porción de su colectivo un déficit de conciencia. La tarea revolucionaria fundamental consiste en ayudar a superar ese déficit.
Al revés de cuanto dice la oposición, el proyecto socialista es totalmente incluyente. Eliminar a los explotadores en cuanto clase, no como personas, en un proceso democrático y pacífico y bajo sujeción a un orden constitucional y legítimo, lo cual excluye la arbitrariedad y la violencia, significa crear una sociedad de iguales, justa, fraterna, libre y autogobernada. Significa el derecho de todos al disfrute de la riqueza socialmente creada, de los bienes espirituales, culturales y materiales con los cuales la vida puede ser digna y plena. Significa también, en escala global, salvar al planeta de la destrucción a que lo condena la incurable voracidad del capitalismo. ¿Puede alguien dotado de conciencia humana, de honradez elemental, estar contra eso? Y sólo el socialismo se plantea y propone esa meta y lucha por conquistarla. En función de ella, sí vale tender puentes.
Freddy J. Melo
José Vicente Rangel, venezolano de excepción, firme fiscal del pueblo en la lucha contra la represión puntofijista, presente siempre con acciones y luces en el lado izquierdo del combate social y, en consecuencia, militante y factor eminente del proceso revolucionario bolivariano, ha llamado al presidente Chávez y a su entorno partidario a “tender puentes” y abrir un diálogo con la oposición. Coincidentemente, y sin que ello dé a nadie derecho para deslizar algún asomo de duda en cuanto a la rectilínea intención de aquel llamamiento, de los diversos centros opositores surgieron planteamientos parecidos, y todo el complejo mediático empezó a cantar al unísono y sin la menor variación en el acostumbrado tono monocorde. La carga de incredibilidad que se ha convertido en marca característica de todo pronunciamiento opositor, y que ese tono puso inmediatamente de relieve, arruinó de inicio cualquier exploración en el camino propuesto. De casi todos los sectores del bolivarianismo han surgido las voces del rechazo, no al diálogo en sí, sino a la dudosa entidad y desembozada impertinencia de los interlocutores de enfrente. Por su parte, el Presidente ha mostrado en todo momento su disposición a dialogar, pero no en los términos cupulares de antes ni con los intereses del pueblo en juego.
Veamos algunos decires de allá: “unámonos y olvidemos las diferencias”; “victoria pírrica, ventajismo”; “ganó el sí, pero, ¿ganó Venezuela?”; “el país está dividido en dos grandes toletes, hay que gobernar para todos”; “el chavismo busca lograr la victoria política de un sector sobre el otro”; “el proyecto es sólo de una parte, que intenta prevalecer”; “queremos una propuesta donde todos nos sintamos incluidos”; “el puntofijismo procuraba la maximización del consenso, el chavismo procura maximizar el conflicto”, etc.
Estas expresiones muestran el punto de vista de clase dominante que las profiere, su alcance reduccionista y falaz erosiona cualquier posibilidad de tender puentes. Esos señores se sienten Venezuela. La victoria de la mayoría popular en función de sí misma no es válida, lo es únicamente cuando esa mayoría vota alienada a favor de ellos. Sólo así funciona su democracia. ¿Cuándo gobernaron para todos? Fijémonos nada más en el cuadragenio que añoran: sus gobiernos no fueron otra cosa que gerencia a cuenta de la oligarquía tradicional reciclada, la burguesía neocolonial y el imperialismo yanqui, en tanto el pueblo se hundía en abismos de pobreza general y crítica, ignorancia, exclusión y desesperanza. Su “proyecto” era el que imponían Washington y sus agentes. ¿Maximizar el consenso? ¿Es eso lo que significan las torturas y los asesinatos en los teatros de operaciones y en los descampados, las desapariciones, las calles para las policías y el disparar primero y averiguar después? ¿Es así como se llegó a la búsqueda de desperdicios para alimentarse, a los niños que comían perrarina, a la desesperación que produjo el Caracazo? ¿Olvidar las diferencias? Es decir, ¿no luchar por resolver los problemas sociales, no pelear por suprimir la alienación y la explotación del hombre por el hombre, no plantearse la superación de la división clasista de la sociedad? ¿Somos dos “toletes”? Es así en lo formal y esa situación puede y debe ser superada. Pero en lo esencial lo que hay es una ínfima minoría que vive del trabajo de la inmensa mayoría, y ésta, que padece en una buena porción de su colectivo un déficit de conciencia. La tarea revolucionaria fundamental consiste en ayudar a superar ese déficit.
Al revés de cuanto dice la oposición, el proyecto socialista es totalmente incluyente. Eliminar a los explotadores en cuanto clase, no como personas, en un proceso democrático y pacífico y bajo sujeción a un orden constitucional y legítimo, lo cual excluye la arbitrariedad y la violencia, significa crear una sociedad de iguales, justa, fraterna, libre y autogobernada. Significa el derecho de todos al disfrute de la riqueza socialmente creada, de los bienes espirituales, culturales y materiales con los cuales la vida puede ser digna y plena. Significa también, en escala global, salvar al planeta de la destrucción a que lo condena la incurable voracidad del capitalismo. ¿Puede alguien dotado de conciencia humana, de honradez elemental, estar contra eso? Y sólo el socialismo se plantea y propone esa meta y lucha por conquistarla. En función de ella, sí vale tender puentes.