El pensamiento de Mao
Tse-Tung es una mezcla de ortodoxia marxista, con religiosidad y orientalismo
milenarista. Con todo, Mao abrió el debate crítico y autocrítico en una China
cruzada por el atraso y asolada por la guerra; práctica que luego fue
abandonada por la burocracia y sus purgas permanentes.
No está de más
revisar las precondiciones que establece para que la crítica sea certera y
logre el objetivo. La crítica, al igual que la información, debe ser oportuna y
veraz. Es decir, debe tener conciencia del tiempo político, del lugar y de las
condiciones para su ejercicio, mientras es lo menos subjetiva posible. “Cabeza
fría y corazón caliente”, recomendaba. Habla de métodos correctos de trabajo y
dirección, y sobre el tono que debe tener la crítica para que sea comprendida y
aceptada.
Un modo petulante de
parte de militantes presuntuosos, decía, es fácilmente mal interpretado y
rechazado por las masas y por aquellos a quien va dirigida la crítica. Quien no
sabe sobre el terreno, no tiene derecho a hablar. La pose intelectual es tan
perniciosa como el rechazo automático a la crítica. Se trata de un arma de
doble filo que debe ser utilizada con destreza y honestidad, pues bien puede
acabar con la enfermedad o con el enfermo dejando viva la enfermedad. Mal
utilizada se convierte en propaganda para el rumor y el corrillo, el atraso
político, la desmoralización, la desconfianza y el desprestigio. Bien utilizada
es un faro que orienta el camino sobre la marcha. Debemos deshacernos del mal
estilo, el tono consejero y condescendiente y conservar el bueno, que consiste
en crear las condiciones adecuadas para que, como dijera Lenin, sople el viento
fresco de las discusiones francas, sin el chantaje de no criticar porque las
condiciones no están dadas.
Hay una máxima
popular china que reza: acepta toda crítica como una advertencia. Corrige los
errores si los has cometido y guárdate de ellos si no has faltado. La crítica y
la autocrítica es el reflejo de la lucha ideológica entre lo viejo y lo nuevo.
Si no hubiera contradicciones en el partido ni luchas ideológicas por resolver,
la vida del partido tocaría a su fin.
“Por eso hay que
tratar de hacer del partido un espacio y un ambiente propicio, para que se
abran diez mil flores y que el último de los campesinos se sienta cómodo y sea
capaz de hablar con el intelectual en las mejores condiciones democráticas y de
igualdad, sin que nadie saque provecho de su posición, rango o formación
intelectual, para que reine un diálogo frontal pero sin descalificaciones y
todo el mundo diga lo que tiene que decir, esto es, atacar la enfermedad para
salvar al paciente”. (Congreso de 1945).
“Estamos
en la lucha ideológica activa, pues ella es el arma que garantiza la unidad
interna del partido en beneficio de nuestro combate. Todos los comunistas y
revolucionarios deben empuñar esta arma. Pero el liberalismo rechaza la lucha
ideológica y propugna una paz sin principios, dando origen a un estilo
decadente y filisteo, que conduce a la degeneración política de ciertas
entidades y miembros del partido, que apelan a la presión, la mentira y el
chantaje” (Contra el Liberalismo, 1957).
Otro error que
critica Mao es el subjetivismo. “Pretender que lo que yo critico es cierto sin
dar chance al otro de defenderse y argumentar. Mirar el árbol sin contemplar el
bosque, o dar una ojeada al bosque y asumir inmediatamente la actitud del
experto que pontifica, es subjetivismo. Si nos dejamos llevar por las
apariencias y fustigamos a los camaradas por lo que escuchamos, seremos
imprudentes y pasaremos por alto las cuestiones importantes enfocándonos en las
mezquinas, concentrándonos en defectos de poca monta. Si la crítica toma este
camino, nos volveremos tímidos y cautelosos por miedo a ser criticados”.
Juan
Barreto Cipriani