Abril en once y trece
Freddy J. Melo
A nueve años de aquel abril en el cual la pugna que revuelve las entrañas de nuestra sociedad –unas veces gradual y sorda, otras con sacudidas impactantes–alcanzó un nudo crítico y terminó situando en un plano superior la marcha de la revolución (al activar en su raíz bolivariana, cristiana original, humanista, democrática, pacífica, constitucional y legítima el contenido antimperialista y socialista), prosigue ésta edificando la victoria –pese a sus rémoras internas–, sobreponiéndose a las arremetidas de unos adversarios que eligieron ser enemigos abiertos aunque gozan de plenas garantías, y derrotándolos en cada confrontación sustantiva.
Esa oposición irracional, que ha subsumido en una orgía de violencia cualquier remanente de comportamiento democrático y lanzó en aquella ocasión el grueso de sus recursos legales e ilegales para destruir el hecho transformador y a su líder, estaba segura de su triunfo, pues operaba una trama de un tipo probado en los “laboratorios” del imperio y refrendado por la CIA. En los cálculos de aquellas gentes obcecadas no cabía la consideración del pueblo humilde, de las multitudes a las que subestimaban y calificaban con epítetos despreciativos, ni de los cambios que se operaban en las mentes castrenses dando origen a una crecientemente sólida unidad cívico-militar, por lo cual no podían imaginar el efecto bumerán de su acción. Se lanzaron, y la respuesta fue el terremoto que signó el trece de abril como una de las fechas más sorprendentes y gloriosas en la historia de las luchas populares. Los buscadores de lana salieron trasquilados y el ascenso de conciencia que se produjo en la inmensa mayoría de los venezolanos, junto con la pérdida por la oposición de efectivos políticos y militares en posiciones claves, constituyó para el proceso bolivariano un avance en calidad y profundidad, un salto revolucionario, desgraciadamente con un saldo de sangre prefabricado que los maquinadores deben todavía. Cuando insistieron con el golpe-sabotaje petrolero, perdieron la carta grande que les quedaba, y una PDVSA recuperada se transformó en la principal palanca financiera para el desarrollo revolucionario de Venezuela y para impulsar la política –trazada por Bolívar– de unidad continental como bastión de la soberanía de nuestros pueblos.
Acostumbrados a ser dueños del país y sus riquezas, imperialistas y vasallos no admitieron la permanencia de un gobierno –aun poseyendo, como éste, absoluta legitimidad–, empeñado en hacer verdaderas sus promesas y en recuperar para el pueblo el poder que le corresponde y el más simple criterio democrático le asigna, pero que le había sido confiscado por las oligarquías y los imperios. Como escribí en otra ocasión, apenas se les rozaron los privilegios, sobre todo después de los primeros decretos-leyes, desconocieron las reglas del juego y se lanzaron a la descomposición del Estado, de la Fuerza Armada y las instituciones, de la integridad nacional. Durante décadas alardearon con la democracia (aunque sus gobiernos fueron siempre una feroz negación de la misma), pero cuando ella dejó de ser formal para empezar a convertirse en real, del centro de sus intereses de clase emergió el rostro del fascismo, que se encontraba apenas bajo la piel. Sus medios intensificaron la satanización del Presidente y del “régimen” y emprendieron una campaña destructiva, que no cesa, mediante la cual dan pautas, mienten, desvirtúan, desinforman y realizan una guerra psicológica que enseña a odiar, a borrar cualquier sentimiento de amor al prójimo en el alma de sus seguidores, a violar derechos humanos, a manosear tentaciones homicidas. Sus corrientes llamadas democráticas, o que un día lo fueron, prisioneras del fascismo, a veces muestran intentos de liberarse, pero sólo se las ha visto volver asustadas al redil.
La revolución tiene que seguir cuidándose sin pausa: del fascismo, por supuesto, y de sí misma, de sus inconsecuencias y sus inconsecuentes. Ya sabemos cómo se incubó en el interior de grandiosos procesos revolucionarios el germen de su destrucción. Hay que avanzar hacia el empoderamiento cabal del pueblo, hacia su nucleamiento alrededor de la clase obrera, hacia la expresión de su poder en las áreas de la producción, el Estado y la forja de la conciencia social.
El bloque imperialista-oligárquico, entre tanto, sigue en su brecha, buscando cómo descargar otro zarpazo. Ya está armando el tinglado para una recurrente acusación de fraude en la venidera elección presidencial. ¿Intentará de nuevo la desestabilización, el golpe, el magnicidio? La jauría truena y bufa, pero cualquiera sea el precio, el pueblo la derrotará de nuevo, y ahora sin indulgencias. Es ya cuestión establecida: cada once de abril tendrá su trece.