Apenas un par de meses atrás, diciembre del '84, la conversación había girado en torno al que, sin saberlo, era su último disco, pero básicamente sobre un par de canciones que nos dejarían marcados: la Patria Buena y Camarada. En esta última, sin que nadie pudiera presentirlo, el amigo, el guía, el panita, se estaba despidiendo.
-Has llegado a tu máximo nivel como poeta -le dijimos vía telefónica, mientras nos poníamos de acuerdo acerca de un libro sobre los cantores populares, que él nos propuso escribir a cuatro manos.
No pudimos contactarnos en enero, como lo teníamos previsto, hasta que llegó la oscuridad de aquella madrugada, en la que cambió de paisaje, para alegría de todos aquellos que durante tantos años habían intentado asesinarlo, porque callarlo nunca, como se sigue demostrando un cuarto de siglo después. El dolor fue para millones.
“No sólo de vida vive el hombre”, había advertido en un remitido precisamente a raíz de uno de los tantos atentados que sufriera y hoy tal sentencia sigue por ahí, acompañándolo en quienes entonan sus canciones en cualquier rincón de nuestra patria.
Aquella frase, mantiene tanta vigencia como muchas otras que dejara, legado revolucionario de un ser humano integral, de quien estuvo comprometido más allá de su sangre con Venezuela y su herencia bolivariana.
“El canto no gana combates, pero ayuda a formar los batallones”, decía, en aquellas tertulias que sosteníamos.
En una edición del Instituto Municipal para la Juventud de Caracas, los muchachos del Frente de Creadores Militantes recogen una gran cantidad de esos escritos.
Ahí, por ejemplo, está un poema dedicado a su compañera, Sol Musett:
“Si callo para siempre, no me llores, recuérdame siempre en mi canto vivo, con alegría, no hace nada con llorar, ni con rezos ni con flores.
“En la tierra siempre se muere y la lucha es pan de cada día/ quizás un grito en mi garganta/ no sea más con vida, pero vive.
“(...) Mi voz perdurará en tus oídos/ recuérdame siempre con amor/dedicando tu vida a cuidar/ los retoños de nuestro amor”.
Predestinado, el camarada sin pausas sabía que en cualquier momento podía irse, tales las amenazas permanentes. “Que mi canto no se pierda”, insistía de manera constante.
“No podemos seguir viviendo del recuerdo de los héroes, tenemos que tratar de limpiar la estatua de Bolívar con dignidad”, dijo apenas escasos días antes de su muerte.
25 años de aquella madrugada que todavía llevamos clavada en el corazón, pero ahí sigue él, tendiendo su brazo amigo, su canción ronca, su rabia y su ternura, acompañándonos por estos caminos de revolución, que todavía estamos construyendo y por ello seguimos diciéndole: gracias por la siembra, panita.
Jimmy López Morillo
-Has llegado a tu máximo nivel como poeta -le dijimos vía telefónica, mientras nos poníamos de acuerdo acerca de un libro sobre los cantores populares, que él nos propuso escribir a cuatro manos.
No pudimos contactarnos en enero, como lo teníamos previsto, hasta que llegó la oscuridad de aquella madrugada, en la que cambió de paisaje, para alegría de todos aquellos que durante tantos años habían intentado asesinarlo, porque callarlo nunca, como se sigue demostrando un cuarto de siglo después. El dolor fue para millones.
“No sólo de vida vive el hombre”, había advertido en un remitido precisamente a raíz de uno de los tantos atentados que sufriera y hoy tal sentencia sigue por ahí, acompañándolo en quienes entonan sus canciones en cualquier rincón de nuestra patria.
Aquella frase, mantiene tanta vigencia como muchas otras que dejara, legado revolucionario de un ser humano integral, de quien estuvo comprometido más allá de su sangre con Venezuela y su herencia bolivariana.
“El canto no gana combates, pero ayuda a formar los batallones”, decía, en aquellas tertulias que sosteníamos.
En una edición del Instituto Municipal para la Juventud de Caracas, los muchachos del Frente de Creadores Militantes recogen una gran cantidad de esos escritos.
Ahí, por ejemplo, está un poema dedicado a su compañera, Sol Musett:
“Si callo para siempre, no me llores, recuérdame siempre en mi canto vivo, con alegría, no hace nada con llorar, ni con rezos ni con flores.
“En la tierra siempre se muere y la lucha es pan de cada día/ quizás un grito en mi garganta/ no sea más con vida, pero vive.
“(...) Mi voz perdurará en tus oídos/ recuérdame siempre con amor/dedicando tu vida a cuidar/ los retoños de nuestro amor”.
Predestinado, el camarada sin pausas sabía que en cualquier momento podía irse, tales las amenazas permanentes. “Que mi canto no se pierda”, insistía de manera constante.
“No podemos seguir viviendo del recuerdo de los héroes, tenemos que tratar de limpiar la estatua de Bolívar con dignidad”, dijo apenas escasos días antes de su muerte.
25 años de aquella madrugada que todavía llevamos clavada en el corazón, pero ahí sigue él, tendiendo su brazo amigo, su canción ronca, su rabia y su ternura, acompañándonos por estos caminos de revolución, que todavía estamos construyendo y por ello seguimos diciéndole: gracias por la siembra, panita.
Jimmy López Morillo