El Reino en la Tierra
Autor Freddy J. Melo
Estos días consagrados como de Semana Mayor o Semana Santa, y en el contexto del proceso transformador en marcha en nuestro país, son propicios para intentar –obviando mi cortedad de medios y estudios sobre el tema– algunas reflexiones en torno a la figura y pervivencia del estimado oriundo de Galilea, Palestina, llamado Jesús (el Salvador) y también Cristo o Mesías (el Ungido), entre otros nombres poderosamente simbólicos; Hijo de Dios que vino a redimir de pecado a la humanidad e implantar Su Ley, para los creyentes; Hijo del hombre, según se consideraba a sí mismo, y conductor universal de prodigioso aliento, en la apreciación de muchas personas con distintas concepciones del mundo y de la vida. Su presencia, por ser capaz de separar la paja del grano, ha sido factor de encrespada división a lo largo de los últimos dos milenios; su mensaje originario, con la percepción de un Reino de amor que puede ser radicado en la Tierra, se redescubre hoy como agente unificador de los hambrientos y sedientos de justicia.
Sin pronunciarme en cuanto al problema de la historicidad del personaje, cuestión sobre la cual sigue habiendo controversia, lo cierto es que su imagen y su palabra son hechos de realidad. A manera de ejemplo, y valga la diferencia de plano o ámbito, Homero como autor de La Iíada y La Odisea existe aunque no hubiere nacido o se lo niegue, pues son esas epopeyas las que le confieren entidad; y algo parecido puede decirse en relación con Shakespeare y la duda sobre su autoría de la magna dramaturgia denominada isabelina. Jesucristo transformado en Verbo es una incontrovertible y potente fuerza histórica.
El presidente Chávez lo destaca como un fundador y faro de socialismo, un determinante líder en la lucha por la justicia social. La contrarrevolución se revuelve, bufa y trata de ridiculizar las afirmaciones presidenciales, como de costumbre. Un breve recorrido puede ayudarnos a ver.
La palabra cristiana nace entre los pobres, los humildes, los desarrapados y desheredados de la fortuna. Tiene ascendencia multisecular en las más sensitivas tradiciones judaicas: Jesús se forma como rabino y en su voz fluyen las hondas aspiraciones de los de abajo, la igualdad, las enseñanzas comunitarias esenias ligadas a la consigna de dar a cada quien según sus necesidades –la cual, atravesando los siglos, desembocaría íntegra en Carlos Marx--; sus bienaventuranzas a quienes carecen de todo, su condena a quienes todo lo tienen, su alegoría del rico, la aguja y el camello, su fustigación de los mercaderes en el templo convertido en “cueva de ladrones”, el conjunto, en fin, de sus obras y decires en el curso de apenas tres años de acción pública, no permiten confusión acerca de en qué lado está y cuál es el sentido de su batallar y de su opción social y humana.
Pero con su muerte y la creación de una Iglesia que él no dispuso aunque sus fundadores se la atribuyen, se fue produciendo una división del trabajo que prefiguraba la disolución de la hermandad e igualdad y la aparición de una jerarquía y separación de clases, y aunque durante centurias se combatió por preservar la pureza del mensaje y su praxis, con profusión de catacumbas, persecuciones y martirologio, al fin, siglo IV, la Roma imperial logró vencerlo, asimilarlo y convertirlo en religión oficial del Imperio. Desde entonces hubo una doble corriente, la dominante, dueña del personaje y su palabra, que hizo del boato y el poder temporal el centro de su accionar, mediante el cual, manejando sus homilías como un hipnótico u opio del pueblo, transfirió la esperanza al Cielo y predicó la resignación aquí, corriente puesta siempre, con Inquisición y demás, al servicio de los de arriba, esclavistas, feudales y burgueses; y la que persistió en la pristinidad del galileo como expresión de los oprimidos y explotados, ora silenciada y reprimida, ora insurgente, forjadora de cambios y de nuevo traicionada. Hay muy poco espacio para nombres, pero nos es prohibido olvidar, entre otros y exceptuando vivientes, a Bartolomé de Las Casas, Pedro Claver, Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Cortés de Madariaga, Camilo Torres, Helder Camara, Óscar Arnulfo Romero, Pedro Vives Suriá, y mi ignorancia me impide nominar a las heroicas religiosas que refrendaron con la vida su autenticidad cristiana, todos y todas en la línea con capacidad de historia, precursores(as) y fundadores(as) junto a otros(as) del intento moderno más importante de recuperar el cristianismo de Jesús: la teología de la liberación. La cual fluye hoy en el mismo cauce del bolivarianismo, el marxismo y toda referencia redentora, para orientar al Socialismo del Siglo XXI en la común perspectiva de instaurar el Reino de Dios en la Tierra.
Autor Freddy J. Melo
Estos días consagrados como de Semana Mayor o Semana Santa, y en el contexto del proceso transformador en marcha en nuestro país, son propicios para intentar –obviando mi cortedad de medios y estudios sobre el tema– algunas reflexiones en torno a la figura y pervivencia del estimado oriundo de Galilea, Palestina, llamado Jesús (el Salvador) y también Cristo o Mesías (el Ungido), entre otros nombres poderosamente simbólicos; Hijo de Dios que vino a redimir de pecado a la humanidad e implantar Su Ley, para los creyentes; Hijo del hombre, según se consideraba a sí mismo, y conductor universal de prodigioso aliento, en la apreciación de muchas personas con distintas concepciones del mundo y de la vida. Su presencia, por ser capaz de separar la paja del grano, ha sido factor de encrespada división a lo largo de los últimos dos milenios; su mensaje originario, con la percepción de un Reino de amor que puede ser radicado en la Tierra, se redescubre hoy como agente unificador de los hambrientos y sedientos de justicia.
Sin pronunciarme en cuanto al problema de la historicidad del personaje, cuestión sobre la cual sigue habiendo controversia, lo cierto es que su imagen y su palabra son hechos de realidad. A manera de ejemplo, y valga la diferencia de plano o ámbito, Homero como autor de La Iíada y La Odisea existe aunque no hubiere nacido o se lo niegue, pues son esas epopeyas las que le confieren entidad; y algo parecido puede decirse en relación con Shakespeare y la duda sobre su autoría de la magna dramaturgia denominada isabelina. Jesucristo transformado en Verbo es una incontrovertible y potente fuerza histórica.
El presidente Chávez lo destaca como un fundador y faro de socialismo, un determinante líder en la lucha por la justicia social. La contrarrevolución se revuelve, bufa y trata de ridiculizar las afirmaciones presidenciales, como de costumbre. Un breve recorrido puede ayudarnos a ver.
La palabra cristiana nace entre los pobres, los humildes, los desarrapados y desheredados de la fortuna. Tiene ascendencia multisecular en las más sensitivas tradiciones judaicas: Jesús se forma como rabino y en su voz fluyen las hondas aspiraciones de los de abajo, la igualdad, las enseñanzas comunitarias esenias ligadas a la consigna de dar a cada quien según sus necesidades –la cual, atravesando los siglos, desembocaría íntegra en Carlos Marx--; sus bienaventuranzas a quienes carecen de todo, su condena a quienes todo lo tienen, su alegoría del rico, la aguja y el camello, su fustigación de los mercaderes en el templo convertido en “cueva de ladrones”, el conjunto, en fin, de sus obras y decires en el curso de apenas tres años de acción pública, no permiten confusión acerca de en qué lado está y cuál es el sentido de su batallar y de su opción social y humana.
Pero con su muerte y la creación de una Iglesia que él no dispuso aunque sus fundadores se la atribuyen, se fue produciendo una división del trabajo que prefiguraba la disolución de la hermandad e igualdad y la aparición de una jerarquía y separación de clases, y aunque durante centurias se combatió por preservar la pureza del mensaje y su praxis, con profusión de catacumbas, persecuciones y martirologio, al fin, siglo IV, la Roma imperial logró vencerlo, asimilarlo y convertirlo en religión oficial del Imperio. Desde entonces hubo una doble corriente, la dominante, dueña del personaje y su palabra, que hizo del boato y el poder temporal el centro de su accionar, mediante el cual, manejando sus homilías como un hipnótico u opio del pueblo, transfirió la esperanza al Cielo y predicó la resignación aquí, corriente puesta siempre, con Inquisición y demás, al servicio de los de arriba, esclavistas, feudales y burgueses; y la que persistió en la pristinidad del galileo como expresión de los oprimidos y explotados, ora silenciada y reprimida, ora insurgente, forjadora de cambios y de nuevo traicionada. Hay muy poco espacio para nombres, pero nos es prohibido olvidar, entre otros y exceptuando vivientes, a Bartolomé de Las Casas, Pedro Claver, Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Cortés de Madariaga, Camilo Torres, Helder Camara, Óscar Arnulfo Romero, Pedro Vives Suriá, y mi ignorancia me impide nominar a las heroicas religiosas que refrendaron con la vida su autenticidad cristiana, todos y todas en la línea con capacidad de historia, precursores(as) y fundadores(as) junto a otros(as) del intento moderno más importante de recuperar el cristianismo de Jesús: la teología de la liberación. La cual fluye hoy en el mismo cauce del bolivarianismo, el marxismo y toda referencia redentora, para orientar al Socialismo del Siglo XXI en la común perspectiva de instaurar el Reino de Dios en la Tierra.